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Existen ciertas palabras que, sea por su significado o connotaciones, resultan impactantes al ser usadas. La rebeldía, entendiéndose esta como la insurgencia ante una autoridad que usurpa la voluntad ciudadana, es una de esas palabras. Estigmatizada en un país acostumbrado a ver a sus principales referentes acusados de delitos enmarcados en ella, resulta irónico que en una crisis que raya en lo existencial y amenaza nuestra mera subsistencia, clamemos sin darnos cuenta por un cambio que solo puede partir de un acto que necesariamente pasa por la rebeldía política.

Dicho acto debe ser rebelde no solo en su objetivo, sino en su mismo carácter. Debe ser capaz de transformar la forma en la que hemos hecho oposición, cambiando esos paradigmas que nos han hecho incapaces de crear una alternativa efectiva a un grupo que ya no merece ni la categorización de régimen. Allí donde hubiere duda debe haber certeza, donde hay miedo debe haber valentía y donde haya caos debemos construir orden.

Un acto tan sublime y complejo como este no es fácil. Porque la rebeldía debe ser un canalizador del sentir y las esperanzas de millones de hombres y mujeres libres que luchan por sus propios sueños, y como tal debe interpretarse. Ahí está el aspecto principal de ella, su carácter indefinible e inexplicable, pues de esa diversidad debe nacer la fuerza que permitirá identificar a los más disimiles intereses que hoy sufren los embates de una crisis que los afecta a todos.

Finalmente, la rebeldía debe y tiene que ser pacífica. Tanto en su mensaje, que nace de un espíritu de conciliación y rescate de la unidad como principal pilar de la nación venezolana, como en su acción, que debe ser contundente, plena y sobre todo civil. Nuestra rebelión no es violenta, polarizante ni mucho menos militar; es una acción que nace de los ciudadanos para los ciudadanos, construyendo un nuevo orden de ley basado en la libertad, la justicia y la solidaridad.

Llevar esto al plano práctico no es una tarea sencilla, pues debe nacer de un ejercicio de liderazgo capaz de guiar y acompañar cada expresión de desespero, encauzándola a un proyecto de cambio real. Desde los saqueos, las trancas hasta la manifestación más sencilla son expresiones políticas, cargadas de un deseo de cambio latente que espera por un canal que le permita hacerse una acción transformadora de una realidad que entienden injusta y, por ello, insostenible.

Es por todo esto que desde Vente hemos llamado a la rebeldía, entendiéndola como el camino para la construcción de ese nuevo orden social para nuestro país. Y pretendemos asumir su vanguardia, como un actor capaz de articular las voluntades, las aspiraciones y los sueños de todos y cada uno de esos venezolanos que cada día luchan por lo que consideran como suyo: un país llamado Venezuela.

@daniel_jose