Casi 20 años después del inicio de un proceso político que ha dejado al país en ruinas, algo ha quedado totalmente claro: el chavismo ha sido uno de los más grandes fracasos económicos y políticos en la historia de nuestra región.
Los números no mienten: Venezuela es el país con la inflación más alta del mundo desde hace varios años –el FMI pronostica para este 2018 una cifra de 13.000%- y, quizá aún más grave, el salario más bajo de la región –en términos reales, 3,5 dólares mensuales; la décima parte de un dólar diarios-. Esta es una mezcla explosiva, porque refleja no solamente el incesante incremento en los precios de todos los productos, incluso los más básicos, sino también la pérdida del poder adquisitivo de los venezolanos.
A pesar de que sólo en 2017 el gobierno aumentó seis veces el salario mínimo, éste sigue en el último lugar del continente. Además, cuando se analiza el poder de compra, el resultado es aún peor: cada vez se puede adquirir menos con lo poco que la gente gana. La situación es dramática y solo tiende a empeorar. Venezuela es un país con hambre.
Otro tema que ha encendido las alarmas ha sido el de salud, más precisamente el relacionado a la falta de insumos para diálisis. Se ha reportado el fallecimiento de personas en Maracaibo y Barquisimeto por esta situación y el desesperado clamor de decenas de pacientes quienes saben que, de no conseguir con urgencia estos insumos, tienen los días contados.
Ante una realidad tan dura, salta entonces inmediatamente la pregunta de quienes siguen la crisis venezolana con atención alrededor del mundo, ¿cómo se mantiene entonces el chavismo en el poder?
La explicación es compleja y tiene muchas variables, entre las cuales lógicamente se encuentran el control total de las instituciones y de los medios, el monopolio de la violencia, la complicidad de las fuerzas del orden y la centralización y manejo a discreción del poder económico.
Sin embargo, pocos factores deben ser tan determinantes para el fracaso de la lucha democrática como la complacencia de un sector opositor bastante útil para el oficialismo. Los motivos son varios, y complejos, pero el resultado es uno solo: debilitan la lucha opositora, quiebran la unidad y generan desconfianza en la población.
Esto último es justamente lo más difícil de comprender para una comunidad internacional la cual últimamente no sólo se preocupa, sino también se ocupa, de nuestros problemas: ¿cómo puede ser que en una coyuntura como la actual, un sector de la oposición venezolana goce de tan poca credibilidad como el gobierno?
Un ejemplo de esto lo vimos estos días. Nadie duda de la manipulación y tergiversación chavista sobre cualquier tema, como ocurre en el caso del “diálogo”, por ejemplo. Pero lo hace porque sabe cómo aprovechar la poca confianza con la cual cuentan los partidos de la MUD y sus dirigentes. Y, de esto último, los únicos culpables son ellos mismos.
Esta realidad no es resultado de uno o dos errores, es consecuencia de un comportamiento permanente y repetido, reflejado en la participación en varios “diálogos” fracasados –útiles para estabilizar al régimen- en elecciones fraudulentas -que sólo le han servido al gobierno para legitimarse- y de actitudes permanentemente contradictorias y mezquinas responsables de hacer mella en la confianza y esperanza depositadas por millones de ciudadanos en ese sector de la oposición.
El daño hecho a la unidad es irreparable. Cualquier intento por rescatar la confianza en la MUD es una pérdida de tiempo, tiempo que millones de venezolanos no tienen, como los pacientes urgidos por insumos para su diálisis, por ejemplo.
Por eso, la única vía para retomar la lucha y encontrar una salida a la terrible crisis es una nueva coalición democrática que aglutine a diversos sectores del país bajo un liderazgo. Una coalición caracterizada principalmente por dos cosas: por no venderse y por no mentir..
Algo que parece básico, lógico, pero que hoy es escaso. La gente está desesperada, el país se desmorona. Mientras algunos políticos siguen aferrados a sus migajas y sus miserias.
La exigencia de la gente es una y es firme: no mientan más.
Twitter: @MiguelVelarde