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Les confieso que esta ha sido una pregunta recurrente en mi cabeza durante las últimas dos semanas y cuyas respuestas se reafirmaron con la gira de esta semana a Mérida y Táchira, junto a Vente.

Lo primero que quiero aclarar es que mi reflexión nada tiene que ver con quienes se han ido. Como lo he dicho en todas partes, son valientes quienes se van y quienes nos quedamos, porque a cada uno le tocan arduas vivencias y experiencias que requieren de determinación y de fuerza; pero también he dicho que si la decisión es quedarse, debe ser para luchar, más allá de sólo conformarnos con que las cosas están mal o quejarnos; también he dicho que quien se va, lo hace con una Venezuela dentro de sí y que su tarea es progresar, formarse y prepararse, porque aquí los esperaremos para reconstruir este noble país. Ambos son valientes, ya sea por irse o por quedarse.

Probablemente mi razón principal para quedarme –porque puedo y porque quiero- es la terquedad (soy bastante terco). Soy un terco sin remedio. Me niego a dejar este país y entregárselo a quienes lo asaltaron. Cada espacio, cada rincón, cada lugar, cada momento, cada cosa que percibo y que tiene aroma, color, sonido, sabor e historia con el rostro de este país recibe de mí un “no puedo dejarlo”. Sí, es difícil. Es difícil porque la universidad –la misma en la que me formé para lo que soy hoy- está abandonada y solitaria; es difícil porque son más los amigos por Skype y WhatsApp que los que tengo en mi entorno; es difícil porque veo a mi familia una vez al año, porque decidí quedarme solo aquí, aún con la preocupación de todos ellos que es proporcional a mi tranquilidad de aquí no les pasará nada. Así podría enumerar tantas cosas difíciles, pero sobre todas ellas aparece un “aún así, quiero estar aquí”. Son enormes sacrificios.

Supongo que eso tiene que ver con aquello de que “si todos se van, entonces ¿quién se queda para defender lo que queda?”. En realidad no lo veo como un acto heroico; simplemente lo veo como no darle el gusto a un régimen que quiere que nos vayamos y, si decidimos quedarnos, quiere esclavizarnos. Pues, siéndoles sincero, por más que haya decidido quedarme, no fue para avalar ninguna de esas dos intenciones perversas.

La gira de esta semana por parte de los Andes venezolanos me marcó, no porque a diario uno no padezca las miserias del socialismo y porque uno no recorra el país, sino porque de gira en gira y de viaje en viaje, el deterioro es abismal, mientras a veces nos quejamos por nimiedades que, sin dejar de ser importantes, jamás se comparan con las que viven pueblos como Boconó y Caño Amarillo, en Táchira, donde tienen hasta dos meses sin electricidad, donde deciden trancar las vías y donde sienten que nada ni nadie los escucha. Entre los testimonios, el hambre, la desnutrición, las lágrimas, la pobreza extrema, el dolor y la desesperanza, se reúnen en una sola jornada, mientras unos niños, que no entienden mucho el por qué de sus estómagos a medio llenar, rozan lo que es la felicidad momentánea en una cancha de fútbol medianamente conservada, porque ya ni escuela tienen.

No bastan las horas de mediación para que cese la indignación; tan sólo para parar la faena por hoy, porque de lado y lado de la carretera hay cientos de carros varados durante las mismas horas y con la misma indignación, donde apenas uno que otro carro logra pasar porque se trata de una emergencia: una anciana enferma, una mujer en trabajo de parto o una madre con una pequeña urna blanca que lleva a su bebé muerto para poder darle cristiana sepultura.

Ni hablar de la frontera, repleta de miles de “agentes de viaje” y gestores que han encontrado en el éxodo de sus compatriotas, la única manera de sobrevivir y así te lo dicen: “yo hoy vivo de ayudar a mis hermanos venezolanos a que se vayan. Mi trabajo es que pasen por la frontera”. Estos “agentes” provienen de todo el país, muchos duermen en la calle, en la plaza o en el cementerio; unos pocos alquilan una habitación y deben mantener a sus familias en otros estados, por lo que deben hacer, como mínimo, 10.000 pesos colombianos mensuales para lograr tal hazaña. La escena de la frontera es exactamente igual al desangramiento de un país; y los entiendo. Buscan otros sueños, sin dejar de soñar con Venezuela.

Pero también encuentras a gente animada, esperanzada, con convicciones. Se reúnen en asambleas de ciudadanos o en cualquier otro espacio; se le suman jóvenes universitarios que aún, teniendo compañeros que tuvieron que dejar los estudios, se mantienen allí, salvando lo que queda de universidad, junto a profesores y trabajadores, porque no se la quieren dar al régimen.

Es literalmente una mezcla emociones, entre la agonía y éxtasis, la que se vive en Venezuela, pero esa es también la razón por la que sigo creyendo que mi sueño es este país y por la que hoy digo que sigo y quiero seguir aquí. Este sigue siendo mi sueño y lo quiero seguir viviendo en Venezuela, dejando atrás esa página de agonía.

Yo no sé si esta terquedad es buena, como a la vez sé que no es eterna, pero no me arrepiento de estar dedicándole estos años –para algunos, de los más importantes- a esta lucha. Siento un compromiso enorme con esto y con las ganas de rescatar a este país, y presiento que no será en vano.

Como dice la foto, tomada en San Cristóbal, vale la pena; siempre valdrá la pena…

@Urruchurtu