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Julieta se levanta todos los días a las cinco de la mañana, levanta a sus dos hijos para que se arreglen para irse a estudiar, les prepara un pan a cada uno para que desayunen. No hay nada para el almuerzo. Sale de su casa con el primer rayo de sol de la mañana a esperar por más de una hora un bus que la llevará a su trabajo en una oficina pública. Es secretaria, gana sueldo mínimo y vive en un sector popular de Caracas.

Carlos tiene 16 años, es hijo de Julieta, al salir del liceo se quita la franela del uniforme y se va al supermercado a empaquetar y así reunir dinero para comprarse unos zapatos, ya los que tiene están desgastados y su mamá no puede comprarle unos nuevos. Quiere dejar de estudiar para ayudar a su mamá, pero ella no se lo ha permitido. A Carlos le falta un ojo, lo perdió durante la represión en una protesta donde un perdigón dio a parar en su órgano ocular.

Anita tiene diez años es la hermana menor de Carlos, estudia 5to grado, en el recreo le da la mitad de su pan a Carlita una amiguita que no tiene desayuno. En casa ha aprendido a compartir lo poco que tiene con los demás así pase el resto del día sin tener nada más en el estómago. A veces, la señora Juanita, su vecina, la invita a almorzar a su casa, pero solo a veces porque no todo el tiempo tiene para compartir.

Julieta va de pie en el bus, apretujada por la cantidad de gente, llega a su oficina y tiene un memorándum “Recuerden que debemos asistir a la concentración convocada por nuestro presidente obrero el día de mañana” Y así comienza su rutina. Julieta no quiere ir a marchar, pero sabe que está en riesgo su única forma de sustento, es madre soltera y necesita que sus hijos salgan adelante. Respira profundo y se sienta a cumplir con su jornada laboral.

Al mediodía la madre sale, va al banco puede sacar cien mil Bolívares en efectivo por taquilla después de hora y media de cola, necesita para el pasaje y el de sus hijos y después de hora y media de cola solo logra sacar cincuenta mil Bolívares. “Por lo menos” vuelve a la oficina cansada y recibe un llamado de atención por haber tardado media hora más de lo debido.

Carlos por su parte no ha conseguido mucho dinero con nada que comprar en el supermercado no hay tampoco clientela. Solo ha recibido un par de propinas por cargar unas bolsas hasta un automóvil.

Anita vuelve a casa, tiene hambre, no quiere salir a jugar, se sienta a ver tv y a dormir para olvidar que no tiene comida en la nevera.

A las cuatro de la tarde sale Julieta de su oficina, compra una bolsa de pan en los buhoneros y como no hay transporte decide caminar el largo camino a su casa, durante el recorrido regala tres de los ocho panes que compró a niños que estaban revisando un basurero.

Llegando a su casa pide fiados en una bodega una bolsa de huevos y un kilo de arroz, “Cuándo llegará a caja” piensa para sí misma. Llama para confirmarle a una de sus jefas que irá a su casa el fin de semana a limpiarle la casa y ganarse un dinero extra.

Su hijo mayor al llegar a casa le da lo que hizo en propinas durante la tarde, Anita no ha hecho la tarea, son las ocho de la noche y el cansancio apremia, pero al menos hay algo para cenar y arroz para almorzar al día siguiente.

Cuando se trata de ayudar a otros el venezolano a lo largo de la historia ha demostrado ser un ejemplo de solidaridad. En estos momentos de crisis ese es el valor que genera la unión entre nosotros. En cualquier barrio de Caracas es de hacer notar como esto se ha convertido en una forma de protegernos, de rebelarnos y de no convertirnos en un grupo de barbaros que luchan entre si por su propia supervivencia, tal como lo quiere el régimen, sino que somos una gran familia que unida sale adelante.

Mantener firmeza en nuestros valores también es una forma de rebelarse, ellos nos ayudan a mantener el norte y el objetivo claro, con ellos generamos confianza y gracias a ellos avanzamos. No permitamos que se pierdan, ese es el plan del socialismo.

@M_Aponte09

Coordinador de Comunicaciones Vente Distrito Capital