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Hablando un poco sobre filosofía política para hacer espacio y desarrollo a esta idea, tomaré como referencia dos tragedias clásicas: Hamlet y Edipo Rey, siendo éstas ejemplos de la poesía occidental y que contienen convenientemente algunos aspectos que explicarán el sentido del título y de estas líneas.

Así, pues, tanto en Hamlet como en Antígona, Fortinbras o Creonte intervienen en un momento particular para restaurar el orden que se encuentra en riesgo por la amenaza del ‘estado de naturaleza’, estadio primario de la vida de los hombres, en el que una libertad sin límites es la norma y que, les supondría, entonces, una victoria del orden sobre la anarquía.

Por ende, reconociéndolo o no, siendo esto voluntario o no, no puede evitarse que existirá el predominio de una parte que tiene el poder suficiente para imponer su imagen del ‘orden’ y la ‘justicia’ –así esté viciado, como lo es hoy día–, y que implica a la fuerza y la violencia para el control, para la subordinación o destrucción de aquellos que generan incomodidad, los que no piensan como la mayoría –o mejor dicho, como ellos–.

Desde esta perspectiva cabe reconocer que muchas veces la ley y la política precisan de la ilegalidad o determinadas prácticas arbitrarias para legitimar y naturalizar su imperio.

En el mito de Creonte, tras la muerte de los hermanos Eteocles y Polinices, hijos de Edipo, el mismo ha prohibido la sepultura al cadáver de Polinices, por el carácter de su muerte, según impregnada de traición. No obstante, Antígona, se niega a esa resolución y le da sepultura, siendo condenada a muerte. De modo que, la obstinación de Creonte por dar respeto a la ley de los humanos por sobre la divina le conduce al desastre, sin embargo, esto podría justificarse como diría Zizek (siguiendo a Lacan, 1998), “la Ley no se obedece porque sea justa o buena: se obedece porque es la Ley”.

Empero, aquí podríamos preguntarnos o cuestionarnos, ¿hasta qué punto la Ley y lo político es lo correcto solo por contar con universalidad, con el respaldo de la mayoría, y así obedecerla? ¿Le resulta cercano si lo equiparamos con alguna situación en este último tiempo en el país?

Así, en Hamlet, puede entenderse, entre otras cosas, como una alegoría de una transición caracterizada por la traición, venganza y corrupción moral, en un entorno lleno de inestabilidad política y ruido; digamos, esta es la historia de quienes tienen hoy el poder en el país. A lo que podría agregarse que, en lo que concierne al momento decisivo para avanzar hacia un nuevo modelo (otro gobierno, otro período político) no termina de darse el impulso hacia una nueva época (muy anhelada), por el miedo de un presente oscuro y un futuro empañado por la penumbra; esta es la historia del venezolano común y de sus líderes.

Venezuela, hoy, es una alegoría. Ahora, profundizando el planteamiento: en la alegoría, el tiempo es una progresión infinitamente insatisfecha, y la redención del héroe melancólico está siempre en el campo de un futuro incierto; no hay representantes y representados, el mundo se ha vuelto caótico e inconcluso: un estado estático entre el pasado y lo que pudiera ser el futuro; nos sentimos en letargo.

Por su parte, los ciudadanos, sufren la tragedia de Edipo, quienes anhelan pasar por el puente de una época a otra; la era de la Polis, de la Ley, del imperio de la razón y la lógica de la justicia. Pero Edipo, tanto como el ciudadano que está hoy ávido de cambio, fracasan, siguen perdiendo en la batalla –aún en la noble de sus razones de lucha– dado que, la astucia de la razón que habla de una racionalidad instrumental, de una libertad individual que no sea restringida por la dominación de una de las partes y que no vislumbra la rebelión como algo irracional, no resulta suficiente para cambiar el destino; un segmento del pueblo y sus líderes trágicos quieren hacer política desde la razón, haciendo a un lado las pasiones, atrapados en la indecisión de la soberanía que habla Schmitt, que espera siempre por una mejor oportunidad que no llega y, es en este terreno donde el gobierno ha estado ganando la batalla.

En suma, la historia en sus ciclos pone de resalto el dilema de Edipo: razón vs pasiones. Algunos se inclinan por las medias tintas, unos en el pragmatismo, otros en la razón pura. Pero, ¿qué sería lo correcto? Sin duda, inclinaría mi criterio al equilibrio, los extremos, como en el mito de Saturno, terminan por devorar a sus propios hijos.

No todo está perdido y, al final, cada sociedad se hace de sus causas y sus consecuencias, renovándose en el proceso para evitar las cadenas de cualquier proyecto que busque perpetuarse o imponerse por sobre el resto.

Por ello, el rol de los líderes junto a sus ciudadanos debe centrarse en comprender la praxis de la política pero también su ciencia, para sacarla del sendero de la tragedia que puede convertirse en un absoluto; hay que equilibrar la balanza para darle fin al drama melancólico. O, ¿vamos a resignarnos a ser una tragedia clásica?

@nana_sanz