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En más de alguna oportunidad, cuando agobiados por la sed hemos pedido un vaso de agua, no ha faltado quien nos corrija, preguntándonos: ¿Un vaso con agua? De igual modo, no falta quien se sorprenda cuando hablamos de unidad de la oposición, por el hecho de no hacer parte de una específica y determinada alianza, coalición o algún frente –amplio o angosto- según sea el requerimiento de quienes se sienten ungidos para dirigir por siempre la lucha de la oposición democrática.

En ambos casos, se confunde el continente con el contenido. Por eso, cuando María Corina Machado, luego de aquella memorable jornada plebiscitaria del 16 de julio de 2017, que le dio un mandato inequívoco a la Asamblea Nacional y a todo el liderazgo opositor; y ante rumores de participación de la MUD en el festín electoral convocado por el parapeto constituyente, escribió en tuiter: “¿Elecciones regionales? Conmigo no cuenten”. De inmediato se abatió contra ella una retahíla de insultos y denuestos, acusándola de divisionista, de intentar esconder su debilidad electoral bajo un radicalismo fraccionalista; y en fin, de llevar agua al molino del régimen narcomunista que sojuzga a Venezuela.

Se insistía en aquel entonces, y aún hoy, que no podíamos abandonar espacios, que debíamos seguir haciendo músculo, y que la salida de esta tragedia tenía que ser pacífica, cívica, democrática, constitucional, pero sobremanera electoral. No importaba que el tinglado fraudulento de la tiranía, hiciera casi imposible derrotarla electoralmente; y que si, por táctica o estado de necesidad, ésta se viera obligada a reconocer algún triunfo opositor, al instante lo resolvía creando entes paralelos, protectorados, o vaciando de competencias y recursos a las instituciones democráticas que eventualmente salieran de su control.

No importaba que algunas indudables victorias electorales, como la de la Reforma Constitucional de 2007, o la de las parlamentarias del 2015, naufragaran en medio de la indecisión y la indefinición, por decir lo menos, de quienes liderizaban la lucha opositora. No importaba que momentos políticos de inflexión favorables a la causa democrática, como La Salida de 2014, o las protestas masivas de 2016 y comienzos de 2017, se diluyeran en unas fulanas “mesas de diálogo”, planificadas y convocadas a la medida de los objetivos del régimen.

Así las cosas, se increpaba a María Corina y a quienes la acompañamos en su visión estratégica para confrontar la tiranía. Preguntaban: ¿Cómo se puede unir al pueblo opositor, partiendo de una sola organización? ¿Quiénes son los unitarios? ¿Los que reúnen a los partidos “mayoritarios” de la oposición? ¿O los que se lanzan por el medio de la calle con una política que, acertada o no, se afinca de entrada en un solo liderazgo? En apariencia, tal argumento puede parecer inatacable. Y, honesto es decirlo, tal alegato no solo es utilizado por quienes pretenden obtener proventos políticos, acusándonos de divisionistas. Mucha gente de buena fe y con indudable preocupación democrática, también nos preguntaba: ¿Por qué no unirse en una sola plataforma política?

Desde hace algún tiempo hemos venido señalando que la unidad no tiene ningún sentido, si en ella el pueblo no va a ver otra cosa que una coalición politiquera, sirviendo de coartada electoral para que partidos y dirigentes cuenten como suyos los votos de la sociedad democrática, ufanándose de una fuerza que no tienen, pero que utilizan para mantener a su clientela y a las nóminas de activistas y contratistas que subsisten en sus cercanías. La unidad que reclama el pueblo, es la concurrencia alrededor una política clara, contundente y definitoria que se plantee superar esta catástrofe humanitaria que cuenta en muertes este oscuro tiempo venezolano.

A estas alturas del juego, para el pueblo venezolano lo menos importante es el continente. Nada le dice un vaso, una alianza, una coalición, una olla o un frente, si éstos sólo van a servir para lo mismo. La Venezuela destrozada en sus cimientos existenciales, está más pendiente del contenido. Vale decir, de la insurgencia, desarrollo y consolidación de una política radicalmente opuesta al régimen y a lo que él representa. Una política que se plantee derrotar la tiranía, y no cohabitar con ella.

Por eso, con una celeridad impresionante el tiempo comienza a darnos la razón, y la figura de María Corina Machado emerge como la punta de lanza de esa política. Su perseverancia, su coherencia y su coraje, le han ganado el aprecio y acrecentado su prestigio en todos los sectores de la vida nacional. Guste o no, se ha convertido en vocera incuestionable de la Venezuela expoliada y sometida por la bota castrochavista comunista. De igual manera, se ha perfilado como formidable interlocutora ante las naciones del mundo que quieren ayudarnos a superar esta desgracia inconmensurable. Dios la bendiga y nos bendiga. Amanecerá y veremos.