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Abandonar un país, cualquiera que sea, siendo natural de éste, trae consigo abyectos sentimientos, que, sin duda, arraigan incertidumbre, temor, resignación, aflicción y otros que no atinamos a expresar. Sin embargo, las esperanzas y las inquietudes de una nueva vida estarán presentes, aun, sabiendo que vendrán las adversidades -adaptación, necesidades, sacrificio, discriminación, sumisión- las cuales estarán allí, perseverantes e hirientes.

La ausencia de oportunidades en nuestra patria, subraya, desquiciadamente, la despedida forzosa del hogar donde se disfrutó la infancia y parte de la juventud, en un entorno familiar, de amigos y, posiblemente también, de las bellezas naturales de ese terrón que nos llevamos en el alma. Es un luto que perdura en el tiempo, tanto para los que se van como para todos aquellos que se quedan. Del pecho, de las entrañas y de cada uno de nuestros músculos se deprenden gemidos de lamento por la disgregación que está sufriendo la familia; es ese dolor, de pérdida y angustia por desgarrarnos una parte de nuestra piel y hacernos una incisión en el órgano más vital de nuestro cuerpo, ¡sólo, es dolor!

No existe consuelo para esos momentos. La amargura, la rabia y la impotencia se amalgaman para el desahogo, apuntando el dedo hacia los que poseen el poder, ignominioso, de desequilibrar la unión de algo tan significativo y sagrado como la familia. Nada nos importa, solo hay pensamientos y expresiones tiernas y cariñosas, redundantes, por la separación, como una aflicción de pérdida en nuestra existencia. La certeza, de volver a ver a nuestros seres queridos, se difumina, se despliega en el tiempo, en ese transcurrir entre la vida y la muerte; no sabremos, con exactitud, en qué momento volveremos a reunirnos o si estaremos vivos y presentes para una última despedida.

Debemos soportar estos eventos, resilientes y orando por aquellos que no tenemos a nuestro lado. Estamos subyugados a soportar las ausencias, siempre que analicemos las circunstancias y desde una posición esperanzadora, subsumir nuestras querencias el que, allá, afuera, haya futuro, calidad de vida y seguridad para nuestros seres más queridos. Soslayar el dolor, es el absurdo de lo sentimental, es contranatural, no pretendamos ocultarlo; aunque suene paradójico, debemos divinizar ese sentimiento para sentirnos vivos y tranquilos; asirnos de la certeza que, pronto, debe haber un quiebre para tener un mejor país, apuntalados de la experiencia, preeminente, de todos aquellos desplazados. Simplifiquemos el adiós, con un hasta luego.