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Hace 20 años, Venezuela vio cómo el resentimiento llegaba al poder, vio cómo casi toda la estructura gubernamental tradicional se unió para entregarle la conducción del país a un nuevo caudillo, a un gendarme, y de nuevo, a los que llegan producto de un fracaso convertido en éxito y para colmo, a violadores de la institucionalidad y de la Constitución Nacional de 1961.
Montados en el nada novedoso discurso del cambio y en el sentimiento del vengador, de nada sirvieron o importaron las pocas voces que señalaban que la antipolítica -que por años se dedicaron a crear- sería el motor para la destrucción de todo el sistema democrático que con fallas se había construido y que, confiados, se atrevieron a poner a prueba.
No previeron que el monstruo que estaban construyendo sería el que barrería con lo malo y con lo bueno del sistema, para construir uno a su imagen, sin nada de lo bueno que se había logrado en el pasado y a su vez, magnificando lo malo y sembrando nuevos defectos. Mal, muy mal salió el experimento y bastante caro que lo han pagado los culpables, por acción u omisión, de haber ayudado a implementar este dañino régimen. Lo peor: todo el país también lo sufre.
Medios de comunicación, empresarios, gremios, notables, historiadores, profesores, políticos y una larga lista de venezolanos, junto a guerrillas y gestores del narcotráfico que hacían vida en la América de entonces, iniciaron una cruzada desde antes de 1988 contra cualquier síntoma de rectificación en la conducción de la Venezuela Saudita, de la democracia modelo; entendían que salir de los privilegios que escondía el sistema imperante de las décadas setenta y ochenta afectaría duramente sus intereses, afectaría la estructura de prebendas que con mucho esfuerzo oculto se habían construido.
Venezuela pedía a gritos un cambio, un giro de 180 grados, y el status quo no entendió o no quiso entender las señales, lo utilizaron para manipular, para convertir ese sentimiento de cambio en un resentimiento, en generar un falso culpable sin asumir la cuota de responsabilidad que les tocaba en la crisis que se vivía por esos años.
Empresarios que se resistían a competir y pretendían seguir viviendo del Estado proteccionista, sin querer entender que la competencia los potenciaría a ser exportadores y a crecer.
Medios de comunicación que se convirtieron en opinadores de lo irrelevante, en generadores de matrices de opinión que obedecían a intereses subalternos de actores políticos, alejándose de su razón de ser: informar y transmitir noticias sin sesgos y con ello, permitir al ciudadano analizar y asumir una posición.
Políticos serios no, politiqueros sí, que vieron en su pragmatismo hacerse del poder para destruir todo, sin pararse a analizar el daño que le hacían al ya golpeado sistema democrático venezolano, politiqueros que olvidaron la frase del Papa Pío XI, según la cual, «la política es la manera más excelsa de hacer la caridad, después de la religión».
Notables e intelectuales, algunos de los cuales cobraron facturas de antaño y se dedicaron a pregonar haciéndose eco del desastre sólo para desplazar a la clase política existente y eregirse como la única solución a la crisis, pero cuando tuvieron la oportunidad de hacerlo bien, decidieron actuar por la espalda de Venezuela, traicionarla y velar sólo por sus propios intereses.
Conspiraron con todas sus fuerzas e ingenio, pero no contra una persona, sino contra el país y su democracia, y el resultado es que lograron montar un sistema que sigue atentando diariamente contra los ciudadanos.
Mientras todo esto pasaba, los ciudadanos se mostraban como espectadores de un sistema que sólo los convocaba a cada proceso electoral, un sistema que concibió al ciudadano como un voto y no como parte esencial para su funcionamiento y consolidación; es por ello que los ciudadanos estamos llamados a ser ahora parte de la salida del régimen que hoy nos golpea, pero más importante aún, estamos llamados a protagonizar las acciones ciudadanas que den nacimiento y cuerpo al nuevo sistema, no queremos «el antes, ni el ahora».
Debemos asumir el poder como un medio y no como el fin, el poder como una herramienta de cambio y transformación para el bien de todos por igual. Comprender que la política necesita de gente formada, de bien, con principios y valores, gente que tome los espacios para servir y no para servirse de ellos.
La consolidación de la democracia requiere de ciudadanos que comprendan que ella es más que un voto, es participación activa, es crítica constructiva, es vigilancia de los servicios, espacios y actuaciones públicas, es amar al país, es respeto, es educación.
Jhankary Torres
Coordinador de Organización en Vente Distrito Capital
Twitter: JhankaryTC