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En la década de los 80, la cual recuerdo con mucho cariño, fue la etapa donde comenzó mi niñez, y recuerdo como si fuera ayer la primera vez que fui a la escuela. Mi abuela, que era con quien vivía en ese momento, me vistió con un jeans y una franela roja, me dijo que me llevaría a un lugar llamado preescolar. Al llegar a ese sitio me encontré con una puerta azul enorme, la cual al atravesarla se cerró, sentí quedarme solo y abandonado, por lo que lloré por mucho rato, pero hubo una persona que me atendió, me regaló una sonrisa y se ganó mi cariño, su nombre era Ángela, tanto que quería asistir al colegio todos los días.

Aprendí a leer y a escribir, me enseñó con tanto amor y tan bien, que a la edad de cinco años comencé el primer grado con mi maestra Amelia, quien fue maestra de mi papá; segundo grado con Juana, una maestra risueña que le encantaba cantar y nos alegraba las mañanas con su voz; tercer grado con la maestra Alejandrina, siempre cariñosa y preocupada, me enseñó a multiplicar y a dividir; cuarto y sexto grado con la maestra Magdelina, una mujer alta, hermosa y muy elegante, y quinto grado con el maestro Odilón, el único hombre que me dio clases, recuerdo su paciencia y tranquilidad. Eran personas apasionadas con su trabajo, responsables, serviciales, preocupadas, personas respetadas en la comunidad, siempre hubo resultados positivos en su trabajo.

Para mí, mis maestros eran ejemplos y quería ser como ellos: inteligentes, con temas de conversación, bien vestidos, con vehículos, casas y tenían la capacidad de ayudar a los más necesitados.

Después del año 1999 hasta la actualidad, el sistema educativo ha decaído en principio por la falta de respeto a la integridad de los docentes, los méritos que les otorgaban por su preparación que son esenciales para cualquier profesional se perdieron, los beneficios para vivienda y vehículos se acabaron, los créditos que tuvieron para electrodomésticos, ropa, calzado y turismo desaparecieron, desmotivando a esos ciudadanos que día a día alegraban y ayudaban a evolucionar a los niños que son el futuro de Venezuela.

El deterioro en la profesión docente ha sido de tal manera que hasta para comprar alimentos su sueldo no les alcanza, ocasionando que el actual maestro ande con ropa gastada, enfermos, sin poder comprar medicinas, sin dinero para el pasaje, a tal punto donde docentes van a dar clase con unas vulgares chancletas, pero con el principio de la responsabilidad de cumplir con esos niños que, en la mayoría de los casos, están en peores condiciones que ellos.

Hay que enaltecer esta labor social y educativa, donde cada uno de estos ciudadanos por vocación se mantiene en sus puestos de trabajo, la mayoría ha renunciado o se ha ido del país. Sin embargo, es necesario que como ejemplo alcen sus voces todos unidos, en pro del bienestar común, para que su condición sea mejor que antes, porque la dictadura nos quiere ignorantes, dependientes, incapaces y desmotivados. Venezuela los necesita más que nunca, para motiven a cada estudiante a formarse y prepararse, para la construcción de un nuevo país lleno de la abundancia que está por venir.

La lucha del maestro siempre ha sido constante y siempre ha sido victoriosa, todos los profesionales, todos los políticos, todos los ciudadanos hemos evolucionado con ayuda de un maestro, es hora de que los maestros vuelvan a marcar la diferencia y marchar con la frente en alto y con orgullo venezolano, porque si nosotros vivimos en abundancia, nuestros hijos, sobrinos, nietos y cada niño en cada comunidad de nuestro país, también tiene el derecho y merece un país mejor.

¡¡¡Fortaleza y Bienestar, mis Maestros!!!

Abg. Jhonny Arnaldo Lara