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23 de enero 2019, fecha en la que tenemos los ojos del mundo encima… opinan artistas, politólogos, los que se fueron, aquellos que decidieron emigrar y que por más que quieran acompañarnos en esta lucha, sólo se quedan en fotos y hashtag (y está bien, no es una crítica); opinan algunos desde sus computadoras o sus celulares, opinan aquí y opinan allá… pero nada como sentir y pensar desde adentro, desde el núcleo, desde el problema, desde el sentimiento vivo… nada como esa extraña sensación de que las cosas por fin van a cambiar.

Suena la alarma, despierto y me levanto bajo dos obligaciones, una que me pesa y otra que me impulsa… mientras abotono mi camisa pienso que no es del color que me gustaría, pero no importa hoy siento una nueva fe y no por creer en lo que no se ve, sino creyendo en que esta vez puede ser diferente, puede ser determinante.

Subo al vagón del metro, dos bandos, guerra de colores, debido a lo que bajo mi cabeza pensando “falta poco”… algunos en silencio, otros murmurando, otros con una inexplicable vergüenza… tal vez se me note, pues mejor así…

Chacaíto, llego con una enorme sonrisa, falsa por fuera, verdadera por dentro… Camino entre la multitud buscando algún rincón que recoja mi ser, mi pesar y hasta mis esperanzas… solo son unas horas, ¡aguanta!

Desde el rincón veo como pasa un rio de colores frente a nosotros que proclaman consignas, respondidas por otras, solo hay una cierta: “hambre tenemos todos”. A diferencia del metro, aquí todos gritan, aquí son más valientes.

Entre gritos, escucho mi nombre, levanto la mano y digo presente junto a una mirada de rabia e hipocresía, continúo exhorta en mis pensamientos que me piden paciencia…

¡A marchar!… Mientras camino me lamento. Tantos pasos en la dirección incorrecta… cansada, escucho mentiras, promesas, sintiendo rabia de mi si es que alguna vez las creí, si es que alguna vez alguien las creyó, si es que todavía hay algunos que aún creen… miro a mi alrededor y siento más lastima por ellos…

Veo el celular, sin señal, recuerdo mi baño con “tobito” en la mañana y me acuerdo de tantas cosas malas a las que estamos acostumbrados que es difícil pensar que nuestro día será normal… Es hora de ir a casa, ¡al fin!

Mientras desabotono mi camisa y se calienta el agua, prendo la TV y cambio el canal nacional porque se plenamente que no me dirán lo que quiero saber, no pueden y también se acostumbraron.

La gran noticia está en todas partes… Se dio el primer paso, Tú, que ya no importa mucho quien eres y disculpa si no tienes mis créditos, pero no te conozco y eso no importa, te juramentaste en un tablero de ajedrez bélico, tienes tanta presión pero confías en el país, en todos, en los que estuvieron allí contigo y también en nosotros que te apoyamos desde adentro mientras caminábamos en otra dirección con una camisa que falta poco para que termine de calcinarse en la papelera de mi habitación. Gracias por ser la llama que quemó mi uniforme, ahora iré a trabajar vestid@ de LIBERTAD.

 

Gisela Rodriguez Gelder 

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