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Muchas sociedades que enfrentaron la dura realidad de haber vivido bajo un sistema totalitario y criminal, como el que continuamos viviendo en Venezuela, estuvieron tentados a confundir el fin último de su lucha.

Aquellas sociedades que triunfaron sobre el totalitarismo y lograron generar una transición hacia la democracia de manera satisfactoria, fueron aquellas cuyo fin último jamás dejó de ser la libertad. Casos contrarios como los de Nicaragua o Rusia, nos enseñan que cuando el fin último no fue liberarlas de dichos regímenes, las transiciones fueron inestables y consigo trajeron nuevos autoritarismos como los del sanguinario Daniel Ortega o el Zar Vladimir Putin.

En Venezuela no podemos cometer estos errores. Debemos repetir y reafirmar, cada vez que sea necesario, que el fin último de nuestra lucha es la libertad. Es por ello que hoy no podemos crear ni promover una falsa expectativa centrada en la ayuda humanitaria, sino un amplio deseo de cambio de régimen profundo y sin postergaciones.

Lo anterior no debe malinterpretarse, la ayuda humanitaria es de vital ayuda. Hoy hay personas cuyas vidas se contabilizan en minutos y necesitan de esa ayuda. Pero, así como necesitan de esa ayuda, saben que esos minutos se convertirán en segundos si el chavismo continua en el poder y el momentum del 23 de febrero no se traduce en un punto de quiebre absoluto.

El estado de desesperanza y necesidad del venezolano hace que quizás el fin último no se vislumbre o se disipe entre tanta ansiedad y expectativa; pero debo decir que difícilmente en Venezuela podamos tener una mejor ayuda humanitaria que la salida por completo de las mafias y el estado criminal. Nos estamos jugando el futuro de nuestra generación y la de los venezolanos que aún no han nacido.

Han sido veinte años de lucha que no deben traducirse ni en asistencia humanitaria ni un mero período de encargaduría presidencial. Hemos luchado para derribar a esta tiranía y con ella podernos permitir reconstruir nuestro país, a través de la refundación de nuestra República.

Esa refundación requerirá que cada uno de nosotros ratifique su espíritu ciudadano y juramente, como se ha venido haciendo en los últimos días en todas las calles de Venezuela y en otras ciudades del mundo, su compromiso firme por respetar y defender los valores democráticos y las libertades individuales que han de ser la columna vertebral del nuevo gobierno.

No permitamos caer en tentaciones, no permitamos una Nicaragua o Rusia versión caribeña, tampoco permitamos que los vicios se hereden en esta nueva Venezuela. Ha llegado el tiempo de la libertad, de la democracia liberal y de la sociedad libre; consecuencias directas de aquellas sociedades que colocaron la libertad como su fin último y resultaron ser victoriosas.