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(Los Teques. 02/03/2019) En medio del holocausto (No exagero con el término. No creo que pueda mentarse –acción muy actual-  de otro modo, aunque la comunidad internacional y su diplomacia sea tan morrocoyuna a veces para proceder a detener genocidios de la índole que se vive hoy en Venezuela) con toda su intrincada y fatídica construcción enredada de redes maléficas: terrorismo, narcotráfico, pranato, corrupción, saqueos, expropiaciones y negociaciones turbias, de comida, con el hambre; además de sus productos: la muerte criminal, desmedida; la prisión política, el destierro, la diáspora, los suicidios, la desnutrición, el hambre, la delincuencia, el acabamiento del trabajo y la educación, el hambre, el hambre… quedan múltiples opciones para la explosión o la implosión de la tiranía aferrada al poder. Vislumbremos algunas de ellas. Todas, por cierto, contribuyentes diarias de la angustia enfermiza del venezolano, hoy.

El golpe

Bastante desafortunado, dudoso. Nadie querría un gobierno militar, con el inmenso desprestigio de la Fuerza Armada. Un militar presidente sería también intragable como opción política, debido a la significativa presencia de individuos uniformados en el despotismo que fenece, así como también a la imagen de corrupción y de permisividad ante el holocausto, que proyectan. Mientras los milicos mejores se sigan yendo del país se cierra más esta salida.  Asimismo, podría ser confundido, de inmediato, con un autogolpe, que permitiría perpetuar la agonía de este proyecto de difunto territorial. Todos pensaríamos que detrás de una opción terrorífica, como ésta, podría estar Diosdado con su mazo, dando.

La guerra civil

Supongamos que se monta un ejército nuestro, opositor, nacionalista, vernáculo, en Colombia y/o Brasil e invaden con su poder más el apoyo internacional, manifiesto o soterrado; así, se aprovechan los abandonos a la satrapía de quienes se queden. Se realizan ataques internos al mismo tiempo que desde fuera, por todos los medios. Esta opción llevaría un largo y calamitoso tiempo que la población ya, de por sí en vías de arrase total, no podría ni tendría cómo enfrentar. Sería de las peores alternativas, aunque luce impulsada por el Grupo de Lima, como corresponde a la diplomacia fría, al descartar cualquier posibilidad del uso de fuerza internacional alguna. Parece decir: “Mátense entre ustedes. Nadie arreglará sus despropósitos, ni pondrá hombres, ni sangre. Les corresponde a ustedes. Los ayudamos con plata, con víveres, con medicinas, con presión, menos con intervención militar, ni siquiera simulada, de ayuda humanitaria armada: negocien y resistan todo lo que puedan y les harán aguantar, como el guapo pueblo que siempre han sido”. Por larga, cruenta e insoportable para el día a día del venezolano, no luce.

La invasión

No obstante la posición “diplomática” del ambivalente Grupo de Lima, incluso algunos de los países que integran este conglomerado se pasean por la posibilidad, no dicha, de terminar de meterse a arrebatarle a los grupos terroristas, liderados por Maduro, el poder en Venezuela, para proceder a cumplir, así, el primero de los pasos propuestos tanto por la Asamblea Nacional como por Juan Guaidó, el presidente encargado, ahora de gira, no conocemos si a término, por Sudamérica. En esa idea están: Alemania, de manera abierta, y Estados Unidos subrepticiamente, a veces, con sus anuncios de que todas las posibilidades están sobre la mesa. Es la opción predilecta de una parte, llamada radical, de la oposición. Posee el componente de dañar la romántica imagen de un país luchador por las libertades. Aunque ya habría que dejar el siglo XIX de una vez. Dejaría una marca indeleble en la conciencia venezolana y latinoamericana. La idea de no haber sabido de ningún modo resolver el conflicto es un zumbido terrible en la mirada política, histórica, social y cultural de cualquier país y sobre su Fuerza Armada. La invasión se mueve en una media tinta que podría inclinarse a una resolución pronto, dependiendo de los acontecimientos y cómo se apresuren dentro y fuera.

La ida

Sería la opción ideal. Renuncie o no el verdadero innombrable, irse resultaría magnánimo al final, así fuera obligado, como Chávez antes de que desgraciadamente lo regresaran. “No quiero más derramamiento de sangre entre los venezolanos”, es éste el bocadillo lingüístico que queremos oír hace mucho. Magnánimo fue Gallegos, cuando Pérez Jiménez fue por él; hasta el mismo dictador de Michelena podríamos, no sin asco, decir que lo fue, cuando se vio perdido en una cuenta más clara, como ahora, que la de Tibisay: “Irreversible”, tal cual el pescuezo irretoñable  que le indicó al otro obeso Llovera Páez. No creo en la magnificencia de Maduro; sólo decirlo luce inverosímil, pero la desearía como el fin de cualquier pesadilla, aunque larga resulte. No por su pescuezo, ¿a quién le importa? Sino por la vida de todos aquí. Alguien en cualquier lengua debía decirle: “chico, ya basta, ya vete, a Rusia, a Corea, a Afganistán, a alguna isla sin nombre, a algún peñasco flotante, donde ni tu nombre llegue”.

No es fácil, pero sí encaminaría las cosas enormemente, sería el verdadero fin de la usurpación, el inicio de la transición y la venida de las elecciones libres. Ya, paro de soñar. Sigamos adelante hasta el fin de la tiranía sangrienta. Me atrevo a enunciar: del modo que sea.

@WilliamAnseumeB