Skip to main content
immediate bitwave Library z-library project books on singlelogin official

Hoy me sorprende el espontáneo gesto de muchos de mis paisanos de celebrar los 318 años de nuestra Ciudad Jardín. Han posteado alusiones a la conmemoración en Twitter, Facebook, Instagram, en las actualizaciones de estado en Whatsapp, en fin. Pequeños homenajes que, sumados, se hacen miles y que me llevan a la reflexión de otros tiempos.

Definitivamente, existe un sentimiento de identidad forjado en haber aprendido el valor de aquello que algún día nos perteneció con tanta cotidianidad, como para resultar tan obvio, y que ahora nos resulta, en algunos casos, lejanos y distantes. Es definitivamente una secuela más de aquello que nos ha dejado la destrucción de un país, el retroceso, pero sobre todo, la diáspora.

La separación de familias es un duelo en el que se rompen demasiados vínculos que la tecnología no puede subsanar; esa necesidad afectiva, esa identificación del individuo con el sitio donde forjó recuerdos, solo logra permanecer en la memoria, pero no logra crear nuevos recuerdos. El que se queda sufre al que se va y el que se va sufre al que se queda, y ese espacio físico en que esa separación resultaba aún imposible, resulta ser un escenario al que al hacerle un homenaje. Homenajeamos también a los actores, al luminitos, al sonidista, al telonero, a ese público, que son nuestros amigos y son solo una audiencia porque cada quien es protagonista. Para ellos también puede ser al revés, es lógico, es válido, es necesario.

Hoy que el verano arrecia, en Maracay hace mucho calor. Pero es mi Maracay, y cuando pienso en ella pienso en ti que eres mi paisano, que eres también mi amigo, que estás allí leyéndome y estás que juras que escribí estas palabras exclusivamente para ti.

Te tengo una sorpresa, no importa el nombre que tengas, sí la escribí para ti. Maracay sólo sería un hermoso valle vacío si no existieras tú, si no existiera nuestro gentilicio.

 

Feliz cumpleaños, Maracay.