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Ciertamente, el panorama político venezolano de hoy no es un juego de niños. A golpes y a porrazos, la mayoría de los ciudadanos ya maduramos en cuanto a este tema.

De una u otra manera, los venezolanos hemos desarrollado, hacia un lado o hacia el otro, un criterio político que en los noventas aún no existía. En parte, por ello, es innegable e inútil tratar de ocultar el rechazo que el régimen genera  hoy en gran parte de la sociedad civil. 

Esta mayoría — en la cual me incluyo — que quiere un cambio político inmediato de Venezuela, se encuentra experimentando un fenómeno realmente agotador: el choque entre aquellos que apoyan incondicionalmente la esperanza personificada en Juan Guaidó y aquellos quienes, con base en el criterio desarrollado, advierten y desmenuzan cada paso y cada error que el Gobierno Encargado ha venido realizando.

¿Cómo lidiar con esto? Tenemos una sociedad que quiere el mismo objetivo, pero que no termina de ponerse de acuerdo en cuanto a cómo. Yo considero sumamente importante que, de alguna forma, todos terminemos de coincidir en qué es lo que queremos apoyar, qué salida es la que debemos buscar, qué ruta es la que vamos a seguir. No es solo el Presidente (E) quien tiene la responsabilidad de “liberar” al país. Somos todos quienes debemos liberarlo, sin referirme acá a que todos nos vamos a inmolar frente a Miraflores. 

Como ciudadanos, es imperante que apoyemos a nuestros líderes. Pero también es necesario que, sustentados en lo que hemos aprendido durante veinte años, tengamos la capacidad de reclamar y decir: “¡Hey! ¿Qué pasó con esto?”, cuando lo sintamos necesario. No está mal hacer señalamientos, no está mal criticar, no está mal levantar la voz y hacernos sentir. Al fin y al cabo, somos nosotros los dueños de nuestro destino, somos nosotros los herederos de la tierra de Bolívar, son nuestros intereses los que están en juego, nuestras vidas las que se están apagando, nuestras familias las que están sufriendo, nuestro país el que está llorando a diario la desidia, el hambre, la oscuridad, la sequía y pare usted de contar, que ya sabemos el resto.  

Por levantar mi voz crítica por medio de las redes sociales, muchas personas me han señalado como “del G2”, “chavista”, “secta”, e incluso — recuerdo este insulto en particular — “¡Eres un ser despreciable!”. Todo esto porque no acepto que nuestros dirigentes, esos que tienen la responsabilidad de dar pasos hacia adelante, no estén dándolos con la celeridad, la claridad y la firmeza que amerita el caso. 

Estoy claro en que no iba a cambiar en solo tres meses (que siguen en aumento)  algo que tardó 20 años en construirse (¿o destruirse?), pero a muchos se les olvida incluir en la cuenta los otros siete meses que ya venían transcurriendo desde mayo 2018, ¿o es que todo esto nos “agarró de sorpresa”? ¿No sabíamos desde aquellas elecciones ilegales e ilegítimas que el 10 de enero de este año tendríamos un nuevo Presidente (E)?

No, yo no acepto la improvisación cuando lo que está en juego es tan crítico. Es,literalmente, la vida de nuestros hermanos.

Tenemos ya tres meses en esto de un Gobierno Encargado, un cuento que ya comienza a sonar conocido. Y si en efecto es improvisación, lamento mucho entonces tener una dirigencia que, durante siete meses, no fue capaz de diseñar estrategias y planes con posibilidades alternativas.

Lo digo sin problemas: no están a la altura de las necesidades del país. No es posible que para una juramentación hayamos tenido que esperar trece días cuando debió hacerse el 10 de enero. No es posible que haya tardado un mes el siguiente choque contra el régimen, del cual salimos derrotados, por cierto. No es posible que a estas alturas sigamos teniendo como acciones unas marchas que sobradamente han demostrado su poco alcance en los últimos años, salvo que las mismas sean para conducir una confrontación que no podrá seguir siendo evadida.  

Me impresiona que, ante esta evidencia, existan quienes prefieren regalar su apoyo incondicional y no levantar la voz para expresar el rechazo a las acciones que nos están llevando nuevamente hacia el abismo electoral del cual, presiento, no vamos a tener salida airosa. No solo se aferran a una esperanza estéril, sino que la personifican en Juan Guaidó.

Pretenden hacerlo un intocable, incorruptible, incriticable, siendo sencillamente un servidor público. “Es el único que ha hecho algo en estos veinte años”, dicen.  Y se les olvida todo lo que la sociedad civil, de la que forman parte, también ha hecho en estos veinte años. Juan Guaidó luce como un político novato (¿lo es?) que necesita de una sociedad madura que le demuestre que no estamos para juegos o improvisaciones  semanales.

Durante veinte años nos han dicho que debemos esperar a hacer las cosas de la manera “legal” y ahora, incluso, hay quienes hablan de unas elecciones con Nicolás Maduro como candidato, cuando esto ¡sería ilegal!. ¿Por qué justifican todo? ¿Por qué como sociedad no le gritamos en la cara que no se pueden burlar una vez más de nosotros?

La memoria corta es cosa del pasado. Hoy existe infinidad de maneras de mostrarles a ellos mismos directamente como están repitiendo las mismas acciones que anteriormente no nos llevaron a nada.  

Según Einstein, la “definición de locura es pretender un resultado distinto haciendo lo mismo una y otra vez”. 

Venezuela no es un país de locos, pero sí de políticos irresponsables.

Así que, la próxima vez, si cuando alguien levante su voz crítica, en lugar de unirse al clamor por una solución o por lo menos una vía distinta a las ya recorridas anteriormente, es usted quien pregunta: “y tú ¿, qué propones?”, yo le voy a responder de antemano: propongo que de una buena vez asuma su rol ciudadano y exija a quienes deben hacer las cosas bien, las hagan bien.

No hay cabida a más errores. Solo recuerde que Chávez le enseñó a sus seguidores a nunca criticarlo. No repitamos el mismo patrón que garantiza más desgracia y creerse distinto por autodenominarse “opositor.”

Aceptemos que no “vamos bien” antes de que sea demasiado tarde.

Twitter: @gochosuarez