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(Maracay. 20/05/2019) En un país con un ascendente plagado de militarismo, es inevitable que el asunto militar se vuelva casi cultural. Es menester del lenguaje llano y cotidiano del ciudadano venezolano emular expresiones cargadas del sentido autoritario de la vida castrense. La obediencia obligatoria y una estructura de mando férrea y blindada es la columna vertebral de una institución ahora corroída hasta los cimientos por la corrupción.

Quién pretenda dirigir los destinos de la nación, no importa en qué época, debe ser capaz de entender cómo funciona el estamento militar, debe mimetizarse entre sus hombres, pero sobre todo, debe aprender a dar órdenes y mandar. El militar es distinto del civil, tan distinto es que así esté en ropa de paisano cualquiera puede distinguirle por esos detalles al caminar, al expresarse. Siempre ha sido así, apenas ha cambiado un poco a raíz de esos intentos locos de fundir lo militar con lo civil y viceversa. Se vuelve común un anciano con un pesado uniforme militar, otros con bigotes mal afeitados, individuos de uniforme desaliñados y sin actitud.

¿Cuáles militares están en desobediencia y quienes apegados al orden constitucional? En este momento depende de la óptica de sus intereses. Pero seamos honestos, apostarle a la fuerza de la sociedad civil -que no la tiene- y apostarle un quiebre a las Fuerzas Armadas -que anticipamos no ocurriría- para ponerle fin a la tiranía, fue y sigue siendo un costoso error.

El cebo de una amnistía que no ofrece resguardo ni garantías, sin una fecha de derogación a modo de ultimátum, es un acto de ingenuidad que puede incluso pasar por mera súplica. Así no habla un Comandante en Jefe. Los comandantes hablan duro, con voz de mando y autoridad. Si no se tiene el poder de la fuerza para hacerlo, es deber buscarlo, consolidarlo, y  casi que de manera altanera, exhibirlo. Y se habla duro, carajo.

¿Cómo Bolívar derrotó al tercer imperio más importante de su tiempo? Apenas disponía de la solidaridad de pequeños ejércitos de otros jefes militares diseminados en todo el país, cruzó las fronteras, se unió a Santander y comprometió a la tropa a la causa, contrató 5 mil legionarios británicos con sueldos y beneficios, pero también con recompensas si se lograba el objetivo, articuló a los jefes militares en una línea de mando y así consolidó un gran ejército. El 24 de junio de 1821, en nuestra narrativa histórica, la Batalla de Carabobo es la consolidación de la independencia de Venezuela. La verdad es que las hostilidades prosiguieron hasta 1823, pero si fue una victoria lo suficientemente abrumadora para cambiar el curso definitivo a la guerra y consolidar la independencia de todo el territorio de la Nueva Granada (Colombia y Venezuela).

Ahora parece tarde. Se está viniendo la noche nuevamente, y en las noches pasan cosas.

Raef Zibaqui