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Resumo a la Real Academia Española (RAE). Dictador: “En la época moderna, persona que se arroga o recibe todos los poderes políticos y, apoyada en la fuerza, los ejerce sin limitación jurídica. Persona que abusa de su autoridad o trata con dureza a los demás. Entre los antiguos romanos, magistrado supremo y temporal, que se nombraba en tiempos de peligro para la república”. Tirano: “Dicho de una persona que: obtiene contra derecho el gobierno de un Estado, especialmente si lo rige sin justicia y a medida de su voluntad. Que abusa de su poder, superioridad o fuerza en cualquier concepto de su poder o materia, o que, simplemente, del que impone ese poder y superioridad en grado extraordinario”.

Desde que abrí mis RR.SS. en 2009, he repetido millones de veces que a las cosas hay que darles el nombre que les corresponde, más cuando se está en contacto con el público a través de mítines o por los medios de comunicación, porque darle un calificativo errado a un hecho como líder, implicará enredos, tergiversaciones y gravísimos errores para el después. He mantenido que desde la llegada del apátrida, cobarde y resentido de Chávez a Miraflores (gracias a la ignorancia, desmemoria y voto castigo) se fue instaurando una tiranía en el país. Al colombiano y usurpador de la presidencia de Venezuela, se le llama a diario “dictador”, lo que es un craso error cometido por periodistas, famosos, comunicadores, políticos y politiqueros.

Las violaciones constantes y conscientes del secuestrador de Miraflores, con el daño que infringe bajo su sistemático genocidio y éxodo, lo convierte per sé, en un vulgar tirano, sin diferencia alguna a sus antecesores de la historia global (bueno, sí existe una: los tiranos mundiales al menos tenían formación académica). Aunque ambas palabras son sinónimas, tienen una mínima diferencia. Grecia dio origen a la palabra tiranía, en donde además el tirano era bien visto, pero fue el abuso de su poder el responsable de “ensuciar” al término en sí.

Aristóteles dijo: “El tirano sale del pueblo y de la masa contra los notables, para que el pueblo no sufra ninguna injusticia por parte de aquellos. Se ve claro por los hechos: casi la mayoría de los tiranos, por así decir, han surgido de demagogos que se han ganado la confianza calumniando a los notables”. La tiranía es un régimen de demagogia y populismo, con un fin deliberado en demonizar a unos y santificar o victimizar, a otros. Se apoya en la masa popular e incluso, la institucionaliza con el voto y sus concesiones.

La dictadura nació en Roma, es un “gobierno extraordinario” instituido por el Derecho Romano y dado, por los representantes del pueblo (no por el voto) a una persona en particular. El dictador aparece en la convulsión, períodos de guerra, hambrunas, desorganización, corrupción, ingobernabilidad y otros flagelos que le auspiciarán como el salvador para imponer orden y acabar con el caos; jamás estará en el voto popular. La dictadura aplaca al enemigo invasor, restablece el orden y seguridad pública, no alienta el discurso populista y, “en el más honesto de los casos”, se retira al cumplir su misión original. Para mantenerse en el poder, aún en “concesiones democráticas”, hace referéndums, consultas, etc. Una dictadura degenera en tiranía, por las mismas razones, por las que lo hace un gobierno constitucional o erigido por el voto popular: la eternización en el poder de un partido político.

Entonces, la diferencia de la dictadura y de la tiranía es el discurso: llano es el primero, y efusivo, cáustico y demencial, es el segundo. El tirano es rico en resentimiento, odio, tergiversación, cinismo, victimización y vago ensalzamiento; legitima lo ilegitimable, y como carece de la legitimidad del dictador (porque no restaura el orden social o constitucional, ni saca al invasor, ni piensa en erradicar el hambre ni la corrupción), recurrirá a todo para justificar su “modelo”. Hurgará en el pasado, deformará la historia, santificará a villanos y negará la realidad para manipular a la “memoria, la justicia histórica y la reparación de las víctimas”, que es igual, a consolidar su modelo. En todas y cada una de las consignas tiránicas siempre hay una sucia mentira que persigue burlar el juicio de las masas, y es allí en donde existe su “legitimidad”, en la blanda y maleable consciencia de estas.

Por tales motivos, la tiranía “infantiliza” al pueblo con la sumisión completa, no al Estado, sino al régimen, en donde la doctrina está por encima del deber, y el partido, antes que la constitución. El desprecio a las instituciones (incluyendo la familia) y todo indicio de cultura civil o práctica ciudadana, incrementa la infantilización del pueblo. Un país sin instituciones fuertes, es un país sin defensas orgánicas. Un país que olvidó la real responsabilidad social hasta para consigo mismo (no quieren ser mejores, botan basura en las calles, se comen la luz del semáforo), es un país en donde manda uno solo, que además manda, por todos los otros. La costumbre dará paso a ver “normal” todo lo que es contrario a la moral, las luces, las buenas costumbres, el civismo.

Las dictaduras latinas salieron para frenar a subversivos y terroristas, promovidos y pagados por URSS, y movidos por su títere Cuba. Chávez fue desde que salió a escena con su fallido golpe, ascenso al poder, eternización en Miraflores, supresión sistemática de libertades individuales, militarización de la república y de la ciudadanía, su payasería verbal, la demonización del mundo e incluso, sus miras de conquistar a países pequeños, una vulgar copia del método nazi, por ende, un tirano de poca monta. El reto de los venezolanos debe ser la refundación de Venezuela en lo político, social y educativo, para tener ciudadanos y no habitantes ni pueblo; en donde los ciudadanos excluyan a politiqueros y le exijan a políticos que actúen apegados a la ley, sin vicios del pasado ni malas praxis, para que ¡más nunca! tengamos la aparición ni de dictadores ni de tiranos.