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Ante el futuro lúgubre que aguarda para todos, excepto a los privilegiados de esta dictadura, hay otro luminoso y prometedor de superarla definitivamente.  Se dirá, con mucho de razón, que lo más importante es derrotarla antes de cantar victoria. No obstante, luce necesario adelantar una preocupación.

 

Digamos, de un lado, acumulamos más de veinte años de un radical desaprendizaje democrático que ha anidado, incluso, en sectores de la oposición. Es necesario reconocerlo, pues, versamos – al fin y al cabo – sobre un régimen que le concede rentabilidad al oportunismo, por citar un caso: sólo la profundidad y entereza de las convicciones,  el compromiso y sentido de responsabilidad, la claridad conceptual y estratégica, como la integridad personal, se ofrecen como la mejor muralla y, a la vez, pivote para trascenderlo.

 

En el supuesto afirmado de una derrota de la dictadura, debemos actualizar y legitimar a los poderes públicos, por otro lado. E, inevitable, a todas las organizaciones de la sociedad civil hoy atascadas, unas veces, por sabotaje del poder establecido y, otras, por cobardía, lo que supondrá una extraordinaria explosión democrática, además, con el concurso de justos y pecadores.

 

Sentimos que, en medio de la tempestad, debemos prepararnos para ese otro escenario, aleccionados por todos estos años de amargura, catástrofes y disparates. E, inevitablemente, preguntarnos si hemos hecho el debido aprendizaje, pues, quizá una ocasión para el fecundo debate, en el año libérrimo por excelencia de nuestra historia, no otro que 1958, la transición arrancó y se hizo con todos sus aciertos y errores, derrotando una propuesta totalitaria que, paradójicamente, sobrevivió en términos de cultura política devenida polvo de estos lodos.

 

La mirada del estadista debe abrirse paso entre tantos liderazgos en ciernes, aún los ahora insospechados, porque no se trata de volver a los formalismos, el estatismo, el rentismo o el militarismo. Perfectible, ciertamente, una democracia liberal será el piso indispensable para ese otro futuro esperanzador que anhelamos, que sabrá del inmenso desafío de las libertades abiertas que también puede perderse en el parpadeo de la improvisación, ineptitud, incapacidad, autosuficiencia y, ¿por qué no decirlo?, traición.

 

Luis Barragán