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(Mérida. 20/09/2019) La primera década del nuevo milenio fue de crecimiento económico para América Latina, pero a tasas  significativamente pequeñas en comparación con las de períodos anteriores y con las del resto del mundo en el mismo período.

Latinoamérica salía de la década de los 90, la cual estuvo marcada por reformas pro mercado en gran parte de sus países, que aunque garantizaron crecimiento en el Producto Interno Bruto y estabilidad en sus variables macroeconómicas, fueron insuficientes debido a la complejidad de las economías de la región, altamente dependientes de la exportación de materias primas y precariamente industrializadas, lo que produjo tasas de crecimiento poco significativas.

La industrialización en Latinoamérica nunca tuvo una base sólida, y esa es la razón que impidió su desarrollo. El proceso fue centralmente planificado y llevado a cabo por los Gobiernos, luego de la creación de la CEPAL a finales de la década de los 40, cuando se planteó la necesidad de cambiar los modelos económicos latinoamericanos y diversificar las economías para garantizar su crecimiento y desarrollo. Estuvo caracterizado por proteccionismos, y es bien sabido que en la mayoría de los casos (salvo algunas excepciones), las industrias protegidas, lejos de desarrollarse, son cada vez más dependientes, y al tener asegurado un mercado interno sin competencia extranjera, o precios subsidiados por el Estado en los mercados nacionales e internacionales, no tienen la necesidad de innovar para volverse más competitivas.

Además, la abundancia de recursos naturales ha convertido a América Latina en una región proclive a la exportación de materias primas, desde café y cacao hasta hidrocarburos, por lo que, aunque hubo planes de industrialización en varios países, nunca fueron una prioridad, ya que resultaba más fácil seguir exportando este tipo de productos e importar las manufacturas que se requerían.

En las primeras décadas luego de que se comenzó el proceso de industrialización, las tasas de crecimiento en Latinoamérica eran extraordinarias, el PIB de la región crecía a ritmos envidiables por el resto del mundo; sin embargo, este crecimiento no tenía una base sólida, la productividad era artificial, protegida, difícilmente sostenible en el largo plazo, y en la década de los 80 las tasas de crecimiento empezaron a disminuir, y luego de años de paternalismo estatal, sólo muy pocas industrias lograron incorporarse al mercado internacional y sobrevivir.

Lógicamente, las tasas de crecimiento son mayores en los países industrializados que en los exportadores de materias primas, ya que los primeros generan valor agregado, pero existe una relación de dependencia entre ambas, y el crecimiento económico de los países industrializados demandará más materias primas, lo que fomentará la producción y crecimiento de los países que las proveen. Por tanto, también existe la teoría de que las bajas tasas de crecimiento que presentó América Latina en la última década se deben a que las tasas de crecimiento de los países industrializados, y del resto del mundo en general, aunque positivas, también fueron menores que en décadas pasadas.

Es necesario que las economías latinoamericanas se diversifiquen y dejen de depender exclusivamente de la exportación de materias primas, para alcanzar así un crecimiento y desarrollo sostenible en el tiempo. Para ello, es importante que los Estados se limiten a realizar eficientemente las funciones que le competen para fomentar un proceso de industrialización, como establecer un marco jurídico claro y garante de los derechos individuales y un sistema judicial que lo haga cumplir a cabalidad, un sistema tributario atractivo para la inversión, y la dotación de los bienes públicos que necesita la economía para desarrollarse.

Jesús Castillo