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(San Juan de Los Morros. 30/01/2020) Desde que Chávez se hizo con el poder en 1999 e instauro en Miraflores una camarilla de criminales dotados de insanias mentales, el país comenzó –como bien sabemos – a tomar un rumbo desquiciante hacia la literal servidumbre y como sociedad fuimos gradualmente aboliendo las razones y reemplazándolas, en cambio, por pasiones delirantes. Todo esto encajado idealmente dentro de un sistema hecho para deshumanizar a los venezolanos, a tal punto de convertirlos en esclavos dependientes de migajas y bonos virtuales; sin virtud ni criterio propio.

Fue así como nuestro megalómano enemigo y su vulgar heredero nos sembraron de a poco nuevos y peores delirios, incrustados en consignas populachas como fachadas a una cueva mugrienta; se podría decir, en concreto, que simulaban ser las semillas de un maravilloso árbol que nos prometía peras y manzanas pero que más tarde solo nos daría mamones y un par de yucas amargas. Vaya dolor.

Entre estos funestos delirios populares, el más resaltante y aborrecible por su estrepitoso sonar fue el del fulano «bien común» y que «todos los fines justifican los medios» todo sea por «el bien general del pueblo» principal motel de ilusiones al que muchos hombres idolatrantes a Chávez iban a parar, tal si fuera un burdel de pasiones.

Al ampararse en tales premisas y justificar los actos criminales de un gobierno desatado por el poder, protegido además por el clamor de aquel pueblo que esperanzado creía en un reparto «justo« de la riqueza, significo peligrosamente otro de muchos actos desmedido y enfermizos, nacidos del vientre de esta moribunda bestia revolucionaria, cuyo objetivo único era remover el pantano emocional de la sociedad venezolana, intentar justificar de por si actos irracionales con motivos según valederos y finalmente destinar como propio el poder al centralismo estatal como si bien fuera un festín exclusivo para el chavismo y sus aliados.

Sin embargo, hoy en día entendemos -salvo algunos cuerpos aun delirantes- que la Venezuela del presente se encuentra más que nunca sujeta al retroceso y la involución humana, a la cual lamentablemente le rodea un panorama tan deplorable como la vida actoral de Winston Vallenilla o Adolfo Cubas: una completa ironía sin razón de ser. Pero a bien vamos, el darnos cuenta de ello no basta si al fin y al cabo como actores de nuestro propio desastre no hacemos o decidimos hacer algo pertinente ante la realidad que hoy nos aqueja.

Zafarnos de este sufrimiento y despertar de esta pesadilla no pinta nada fácil si aún nos ahogamos en fantasías de turno, pues si nadamos en esas aguas, el destino de nuestra patria seguirá siendo tan o más negra que la lúgubre calva de Aristóbulo Istúriz (asquerosa de mas) y posara, incluso, peor su oscuridad en las generaciones venideras que ven como normales estos deliberados e irascibles actos de la actual tiranía.

Los venezolanos tendrán que recuperarse de sus delirios uno a uno.

Gabriel González