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La esencia del político como servidor público es el primer pilar de lo que he denominado “Política Inteligente”. Este servidor público requiere indudablemente de un liderazgo genuino que trascienda la convencional figura paternal del líder.

En efecto, desde la génesis de nuestra independencia nuestra historia refleja un alto grado de dependencia por el gobernante fuerte de tipo caudillo o lo que el profesor Carrera Damas denominaría el “gendarme necesario”.

Pero de ¿Dónde surge la necesidad de ese gobernante fuerte y carismático?¿Acaso no es la misma sociedad quien lo termina empoderando refugiándose en él? La respuesta es afirmativa e histórica y de no corregirlo en el presente, seguirá siendo histórica en el futuro.

Muestra de ello es analizar, por ejemplo, las motivaciones de los venezolanos que en 1998 se inclinaron a votar por un golpista que con varios muertos encima ahora juraba con Biblia en mano que “pondría orden al desorden”. Efectivamente confiaron en él y quedamos a la orden del narcotráfico y terrorismo.

Bajo un esquema de política inteligente ni el caudillo, ni el papá Estado, ni mucho menos el militarismo tienen espacios. El líder que promueve una Política Inteligente busca ser un servidor público a través de un liderazgo auténtico, ético y responsable.

La autenticidad del líder escala el sentido propio-personal que éste le otorga a la gestión que ejecutará como funcionario público. El líder inteligente ha de tener la capacidad de trabajar en red para que desde su red se promuevan nuevas redes y así nuevos líderes.

En otras palabras, el liderazgo de una política inteligente no arrastra masas desde el carisma, la belleza o el resto de las cualidades que favorecen al populismo; en una Política Inteligente, el liderazgo arrastra masas desde la convicción de ideas comunes y desde el propio empoderamiento a que el otro también se crea líder y fomente su red.

Es una concepción completamente diferente que supone un nuevo desafío para aquel que aspira al poder: sumar apoyo, voluntades y/o votos desde un plan común que a su vez representa un propio límite para el dirigente.

El líder inteligente fomenta que nuevos líderes surjan y que otros lo sigan y reconozcan por sus ideas, propuestas o decisiones. El surgimiento de nuevos líderes, a su vez, trae consigo el aumento de la competencia interna por un mismo espacio o proyecto a liderar. La competencia es el indicio de la mejora del producto, en este caso, del líder.

Bajo el esquema anterior, el líder inteligente fomentará una red que a medida que se expanda permitirá entonces tener varias opciones u ofertas de proyectos que por competencia quedará seleccionado el más apto, óptimo y eficiente. Pero lo más interesante de esto, es que elevará mucho la barra a quienes no sigan o crean en este esquema y queden por fuera del mercado político.

El poder ha de ser comprendido como el medio útil para alcanzar la Política Inteligente como fin. Sin embargo, el líder auténtico, capaz, competitivo y realmente comprometido será el que logrará alcanzar este medio para poder conquistar dicho fin.

El líder inteligente será entonces aquel que rompa con la noción paternal del Estado grande y el clientelismo barato, para convertirse en el líder responsable, íntegro capaz de fomentar nuevos liderazgos y limitar el poder desde el alcance del mismo.

@FabioLValentini

Economista, con máster en Gestión Pública y Gobierno abierto

Coordinador de Vente Mundo

Coordinador de Vente Los Salias