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“Qué frágil es la humanidad, y qué persistentes somos”.

Estas son palabras que han hecho eco en mi mente en estos días de autoconfinamiento. Palabras dichas por un amigo en Portuguesa a quien desde hace unos cuántos meses no veo, y a veces, producto del miedo, no sé cuándo le vuelva a ver.

Allá afuera, hay madres en lucha contra la historia, ancianos abrazando lo poco que tienen producto de una crisis que no es su culpa, pero que sí tiene responsables. Individuos condenados a mirar los abusos autoritarios del Poder, y a seguir mirando. Allá afuera, hay padres que con uñas y dientes se debaten entre encerrarse por precaución, o salir por un poco de comida para no morir de hambre. Allá afuera, hay niños que no saben cuándo volverán a ver a quiénes más aman. Allá afuera hay seres que no eligen una forma de vivir, sino la menos dolorosa de que se apague su existencia… Y aquí, dentro de mi pecho, hay un país entero que llora.

La fatalidad arropa a algunos como un animal gigantesco, como un monstruo sin alma. Algunos con 14, 20, 45 y 80 años… Varios de ellos, implacablemente pobres. Han trabajado toda su vida y han sido saqueados por un sistema que promete abundancia y cosas gratis, pero que te deja una profunda escasez que pagar, y a un precio muy caro: el de perder tu vida, el de perder tu libertad.

Qué frágil es realmente la humanidad y —gracias a Dios— qué persistentes somos.

El ser humano, desde sus orígenes ha amado la libertad y ha luchado por ella. Desde el amanecer histórico, solamente el hombre libre ha conquistado las pasiones opresoras y la precariedad inhumana: el hambre, el sueño, el frío, la enfermedad… Todas estas lacras vividas han sido superadas por nuestros cuerpos frágiles, mediante la libertad: el poder de una idea, el trabajo de cientos de miles de seres anónimos que se dejan la piel cada mañana. Sólo en libertad hemos sido prósperos.

Realmente, aunque nuestros cuerpos son frágiles, no podemos imaginar lo sólidos que son nuestros sueños.

Qué frágil es nuestro cuerpo, tan delicado y sencillo y tan condenadamente vulnerable. Sólo es un pequeño milagro que se soporta entre latidos, parado de forma aleatoria y totalmente desprovisto de fuerzas para enfrentar todo lo que he mencionado.

Qué milagrosos somos los humanos, que sólidos son nuestros sueños. El escudo que recubre todo nuestro cuerpo es la mente y la razón, la creatividad de las ideas.

Hemos inventado la ortografía con la que consolamos nuestras lágrimas, la música que las desatan, los besos que curan heridas con la boca. Hemos creado la medicina que cura lo que en siglos pasados parecía incurable. Hemos inventado los bloques, acero y concreto, platillos deliciosos y otras cosas que son hogar y lo que rellena nuestro refugio.

Gregorio Marañón escribió alguna vez que todo ser humano, aún el más humilde, crea sólo con vivir. Cuando un sistema expropia, ataca y censura, solamente la destrucción es posible, solamente el saqueo es la norma y los triunfos una muy escasa excepción. Esta es la historia de todo el horror causado por cualquier dictadura.

En cambio, cuando el éxito es posible es porque se construye desde la base de la libertad, la que permite que esos sólidos sueños se manifiesten en soluciones.

La voluntad sostenida de un ser humano que apuesta por la libertad como aspiración máxima de su propia condición, es capaz de crear más cosas que son más grandiosas de lo que cualquiera podría llegar a imaginar; dadas esas mismas condiciones.

Es decir: aquel que sueña con ser libre, es capaz de hacer lo imposible para que sea una realidad.

Todo ser humano, aún el más humilde, crea sólo con vivir. Y nuestra vida es el resultado lo que abunda en el alma, esa luz sobre la que navega nuestro delicado cuerpo buscando la inmortalidad con sus ideas, con sus sueños y persistentes invenciones. Hemos sido dotados de una fuerza gigantesca para proteger nuestro cuerpo, para vencer éste y todos los males.

Querida alma, sé que esta prueba es difícil, que tu cuerpo duele y del miedo no escapas. Pero resiste. Mientras aún tengas ideas, existirán soluciones; mientras tengas sueños, existirán esperanzas; mientras tengas espíritu, podrás seguir librando batallas.

Si la fortuna no bendice tus pasos, si tu horizonte se hace gris y la vida es confinamiento… Prométeme que harás sólo una cosa: aguanta.

Si mañana no ves a quiénes te aman, te prometo que volverán los abrazos. Piensa que mañana besarán otra vez tu cuerpo, que volverás a triunfar. Si el tiempo es recio, pronuncia con valentía el nombre de la esperanza y grita con más fuerza.

Los que hoy sufren se merecen que des la batalla: junta tus manos y pídele a Dios, toma tus piernas y persigue la victoria tan anhelada.

Que este confinamiento sea de fortaleza y meditación, un ensayo de descanso para dar sin treguas la guerra. Que cuando esto acabe, puedas valorar más el sentido que tiene la libertad que aún no tienes, y logres trabajar hasta lograrla.

Somos los cuerpos frágiles que vencimos en 1810, y que también acabamos con la segregación racial. Somos las células de cristal que llegaron a la Luna. Somos los cuerpos frágiles que lucharon también en las Termópilas. Somos las motas de polvo que dominan las telecomunicaciones y que unen conversaciones a kilómetros de distancia. Somos los humanos que vecemos el frío y llevamos con iniciativa privada el agua hasta África. Somos el cascarón vivo que dona para encontrar la cura, la caridad que nos enseñaron en casa. Somos esa fragilidad que escribe los más hermosos poemas que se han dicho jamás. Somos la herida del señor Leonardo, ese que, sin tener suturas, me regaló su sonrisa.

Eres el pequeño instante que sacude el universo.

Eres la belleza que divide la historia.

Saldremos de esta, querida alma. Venceremos el virus, y a la tiranía también.

Recuerda que la vida siempre se impone, pues es de acero su fragilidad.

Que Dios nos bendiga siempre y que brille eternamente la libertad.

Miércoles, 18/03/2020.

Henry Nadales.