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Desde un primer momento que apareció la precandidatura presidencial de Donald Trump, la tendencia en Venezuela fue la de subestimarlo. Recuerdo que muchos expertos casi no querían ni referirse a él, elucubrando sobre las mejores posibilidades de sus contendores por la nominación del Partido Republicano. Lo tomaron por un hombre de farándula, más aventurero que empresario, a quien se le ocurrió el lance. Pero después, poco a poco, fue ganando terreno por aquí y por allá, hasta hacerse candidato presidencial.

Parecía que la Clinton podía ganarle, cosa que no logró. Y ya en la Casa Blanca, se vio la cara del verdadero Trump, comenzó a mandar más que un dinamo. Por supuesto, a los socialistas del siglo XXI les fue relativamente fácil profundizar en su propaganda y tratar de ridiculizar a un Trump que no tomaban en serio, ligando que se enredara con las consabidas investigaciones sobre la injerencia rusa. Dijeron que fracasaría al representar a la derecha más rancia y conservadora de Estados Unidos, etc., etc. Sin embargo, ahora, están super asustados.

Cuando Trump ascendió al poder, los cubanos apagaron la rocola, decretando así el fin de la fiesta. Les había ido bien con Obama, que hasta celebró un convenio con la dictadura isleña, reabrió la embajada en La Habana y siguió indiferente al destino de los cubanos que todavía sufren de las miserias del comunismo. No tenía claro el problema y muchísimo menos la trascendencia del caso venezolano que toreó de la mejor manera que pudo. No había forma de hacerle llegar nuestro mensaje por la libertad porque se creyó un rancio político pragmático que era capaz de mantenerse a flote a todo trance, ante de hundirse con los principios. Al parecer, esta siempre fue la tónica de los demócratas respecto a América Latina. Hizo falta claridad, decisión, compromiso. El cáncer comunista prendía en buena parte del continente. Era muy poco el caso que nos hacían. Y de lo poco que se hacía, rápido  se caía en las concesiones. Escuchaban a los “líderes” de la oposición que viajaban al norte para que no le fregaran la vida a ciertos y determinados chavistas que juraban comprometidos en una salida negociada. Puede decirse que los venezolanos estuvimos desamparados. El peligro estaba más latente que nunca, había tuercas que apretar.

Pero con Trump, todo cambió. No era cosa de poses. Se metió de lleno a comprender el caso venezolano, atendió personalmente a varias de las víctimas del comunismo venezolano, comenzó a adoptar medidas muy severas con los ladrones y narcotraficantes, recibió a Juan Guaidó como hombre de Estado, y – sencillito – sorprendió a los mismísimos cubanos que creyeron que la cosa era juego. Puede decirse que afortunadamente dimos con Trump al que no se le puede caribear como el pusilánime Arreaza, dizque canciller, juró al compartir un café con Samuel Moncada, el que ha gozado hasta más no poder de la vida neoyorquina, presumiéndose embajador en la ONU.  Las sanciones tienen nombre y apellido clarito para cada uno de los bandoleros que mienten, como si el país mismo hubiese sido objeto de la sanción. Por ello, es necesario reconocer a Trump como un campeón de la libertad en este lado del mundo.