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Cuando la noche es más oscura, el cielo se encuentra despejado, más que en cualquier momento del día, sin embargo, sólo basta que aparezcan los primeros rayos del sol para ver al cielo cobrar vida de nuevo; a la luz la acompañan las aves, que salen de sus nidos, enérgicas y con silbidos, buscando para sí mismas y para los que aún no pueden volar, la primera comida del día.

No es tan sencillo encontrar alimento, en algunos casos deben esperar hasta que la suerte cambie a su favor para poder conseguir algo que sacie temporalmente su apetito, pero mientras eso ocurre no se rinden en su búsqueda, después de todo, valoran que no hay mejor sensación que tener la libertad de volar cuando lo deseen y hacia donde les plazca, una sensación que comparten las aves con sus compañeras de especie mientras vuelan juntas de una manera sincronizada en grupos numerosos; es curioso apreciar que, en un mundo donde las normas son escasas, se produce un orden espontáneo.

Algunas aves, por otro lado, tienen a un amo que les da de comer un par de veces al día, a cambio de pasar sus días dentro de una jaula, una seguridad cuyo precio se paga con la libertad. Se siente bien tener las necesidades cubiertas y que incluso se le asigne una pareja para procrear pero ¿Acaso no es más satisfactorio poder conseguir las cosas por sí mismo? Por supuesto que implica un riesgo el ser libre, en algunas ocasiones las aves no podrán encontrar comida, y para conseguir pareja deberán enfrentarse a un par de aves más, habrán situaciones en las que las aves obtengan todo lo que quieren y otras en las que no, pero ¿No sería aburrido poder obtener todo lo que se quiere sin ningún precio?

La cálida seguridad puede preferirse por encima de la libertad en algunas ocasiones, pero sólo cuando el ave siente la constante necesidad de estirar sus alas estando dentro de una jaula,  mira al cielo y recuerda lo bien que se sentía ser libre.