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En medio de tantas noticias, nos enteramos de un incidente de la Armada Venezolana con el crucero RCGS Resolute de bandera portuguesa que, al parecer, quedó a la deriva en aguas internacionales. La embarcación fue compelida a tocar puerto en la isla de Margarita, pero siguió su rumbo al prenderle el motor averiado y aún no queda clara la respuesta dada por Maduro con su «furia bolivariana». Por supuesto, el asunto preocupa y mucho, pero no por el episodio del navío portugués, sino por la tentación de una guerra internacional de las mafias en el poder que, además, unas y otras tratan de salvarse el pellejo en una coyuntura donde los personajes citados están en la mira de las instancias judiciales de otros países. 

Vale decir -porque tenemos una importante cohesión social y existe una muy evidente y contundente mayoría de la población que rechaza al régimen- a ellos no les es fácil inventar y escenificar una guerra civil. Ya lo hubiesen hecho desde hace un buen rato y por eso, se han armado hasta los dientes, endeudando al país, pero nadie le pisa ese peine tan irresponsable de la desesperación. Aunque esa “guerra civil” no declarada -dicen algunos expertos- la hacen soterradamente y es de “baja intensidad”, y lo logran a través del masivo terrorismo psicológico.

Entonces, hay que estar atentos a cualquier incidente, cualquier cosa que encamine al régimen a una guerra internacional; entre Estados, entre países tradicionalmente hermanos. La ha querido con Colombia y hasta Pedro Carreño se ha dado el tupé de amenazar con el bombardeo a las  principales ciudades neogranadinas. La quisieran con Estados Unidos, pero lucen obvias las razones para no darla, amagando con un verbo incendiario que termina con una súplica y unas diligencias tras bastidores para que levanten las sanciones impuestas.

Buscan pleito por todos lados, pero también saben que una confrontación con Guyana dispararía los resortes del entreguismo que hicieron con el Esequibo. En lugar de hacerle la guerra al Coronavirus con médicos y medicinas, tratamiento oportuno y saneamiento ambiental, cuales guapetones de barrio buscan pleito, insultan, simulan grandes enfados con los líderes de otros países. Más de una vez, han hecho referencia a los cinco millones de colombianos que viven en Venezuela, con quienes hemos compartido un destino y una esperanza de libertad. ¿Acaso ha pretendido chantajear a Bogotá con el secuestro de cinco millones de almas?

Ni siquiera a la TIRANÍA criminal madurista le conviene tampoco una guerra internacional porque el país sabe de sus falsas banderas y serían los más pobres, los más golpeados por la catástrofe humanitaria, los condenados a librarla. El mayor interés está en Cuba que, por cierto, en medio del hambre, añales atrás mandó sus soldados a Angola. Si cae Venezuela, caerá Cuba. Así de fácil. Y cualquier pretexto servirá para que Díaz-Canel, el alter ego de Raúl Castro, maquine y celebre una confrontación entre los Estados, entre Venezuela y un tercer país que le permita sobrevivir a la fuerza o negociar la propia entrega de sus socios de Caracas a cambio de mantener en pie a La Habana.

Se dirá de conjeturas, especulaciones, invenciones, pero ¡cuidado! Estos carrizos son capaces de todo. Total, tienen a sus hijos, testaferros y relacionados bien lejos, escondidos en las principales capitales del mundo, sostenidos por los paraísos fiscales, acaudalados y extravagantes en sus lujuriosas cuarentenas de Europa o Estados Unidos. ¿Se van a mover? Nada de eso, para esos están los pendejos que todavía siguen a Maduro y a su alter ego. Mientras, que otros trafiquen con la comida en el propio “campo de batalla”. En conclusión, el chavo-madurismo no ha podido prefabricar una guerra civil y, mucho menos, lo hará con una internacional.

Juan Pablo García, diputado en el exilio. (@juanpablogve)