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(Barinas. 08/05/2020) En contraposición al socialismo, allí donde el liberalismo clásico y la civilización basada en los derechos naturales ha funcionado de verdad, ha conducido a conquistas gigantescas en el dominio de la libertad política y la libertad intelectual, porque el capitalismo no es un asunto reducido únicamente a la producción bienes y servicios; lo básico que contiene este maravilloso sistema es, en esencia, la libertad del individuo en correspondencia con la libertad de sus semejantes.

La razón nos dice que todos hemos nacido iguales por naturaleza, es decir, con idénticos derechos respecto de la propia persona y, por consiguiente, también con idénticos derechos en lo referente a su preservación. Lo que llamamos libertad, establece, con toda certeza, que ningún hombre puede tener derecho a la persona y la propiedad de otro, y por ende, tales derechos solo pueden ser cedidos de forma voluntaria en los casos que aplique; ahora bien, si todos los ciudadanos tienen derecho a su persona y su propiedad, tienen también derecho a defenderlas. Cuando afirmamos que alguien tiene “derecho” afirmamos implícitamente que sería inmoral que cualquier otro, de manera individualizada o grupal tratase de impedirle ese ejercicio, bien sea por medio de la violencia, la coacción estatal o cualquier otro método para tal fin, sin que eso signifique que estemos asegurando que todos los usos que el ser humano hace de su libertad, sea necesariamente un uso moral. Aquí reside una de las confusiones más dañinas hacía la vida en sociedad y uno de los argumentos falaces a favor de la tiranía, porque el modo moral o inmoral del ejercicio de los derechos es un asunto de ética personal y no de filosofía política.

Es muy frecuente, incluso en los llamados “tiempos modernos” y específicamente en los países al margen del desarrollo, que se desvirtúe el problema crucial de la libertad y la propiedad. El asunto no es tanto si la propiedad debe ser pública o privada, sino si los propietarios, que son forzosamente privados, son sus dueños legítimos o ilegítimos. En última instancia existe un ente llamado “Administración pública”, pero en la práctica, sólo existen personas que se reúnen en grupos, asociaciones o partidos, se dan el nombre de “gobierno o administración pública” y actúan de forma gubernamental, muchas veces imponiendo situaciones que si lo hiciesen a manera particular, nadie dudaría que se tratase de un delito grave

Una supuesta libertad, para robar, asaltar o “expropiar”, en resumen, para agredir, no sería bajo ningún concepto una situación de libertad sino de abierta tiranía, porque equivaldría a permitir que alguien fuese víctima de un asalto y se vería privado de sus derechos, en síntesis, se violaría su libertad.

Aclarado esto, puede entenderse sin dificultad que el término “libertad condicional” es sobreentendido. Quien dice “libertad” dice implícitamente “límites”. Toda libertad es condicional en esencia, y su condición es la que por naturaleza, establece los límites de la libertad de nuestros semejantes.

Para quienes hemos entendido que el fundamento del progreso humano reside en la libertad, en la iniciativa privada, donde cada quien puede buscar su propia felicidad valiéndose de la cooperación voluntaria con otros individuos, no existe un razonamiento que nos lleve a pensar en el éxito como “un milagro”, se nos muestra entonces el progreso como la consecuencia de las decisiones de cada individuo que busca mejorar su situación en un medio social de respeto a los demás. Por lo tanto, “el milagro” se produce cuando las instituciones sociales positivas, el estado, las organizaciones empresariales, las aduanas, los impuestos etcétera, no van contra la naturaleza espontanea del orden de la libertad; y quienes aún hoy, tratan de negar la evidencia histórica de que nada más eficaz que la libertad, la libre empresa y la economía competitiva sobre todo para elevar el nivel de vida de “los más necesitados” son por lo general, quienes han amasado grandes fortunas con el muy lucrativo negocio de vender pobreza.

Existe en Venezuela un liderazgo representado por María Corina Machado, mujer de férrea voluntad que vibra en perfecta resonancia con los más nobles ideales del género humano. Una mujer excepcional, que en tiempos de oscurantismo y decadencia moral, surgió como un nuevo tipo de Prometeo del siglo XXI, quien sin timidez ni ambigüedad y exhibiendo siempre coherencia por encima de la conveniencia, junto a un grupo de colaboradores de exquisita valía, desde hace varios años viene liderando los esfuerzos por encaminar a nuestro país los valores de occidente, por preservar en nuestro seno los más puros y sublimes principios de la civilización frente a la semilla venenosa e impía de la corrección política, que no es otra cosa que la nueva máscara de un viejo rostro que ya conocemos: el comunismo, funesta y macabra ideología siniestra, que hábilmente ha tomado desprevenidos a no pocos líderes del mundo, los cuales embriagados de una tolerancia mal entendida, han servido incluso, y de manera inconsciente, a socavar los pilares fundacionales que sostienen al mundo libre, levantando junto a nuestros enemigos, la bandera de la libertad y del Derecho de autodeterminación de los pueblos, para exigir neutralidad ante la violación de los individuos a ejercer la libertad, abriendo paso así, al resurgimiento de la barbarie y la opresión de siglos pasados, cuya erradicación ha costado tanta sangre derramada y que, la historia mantiene fresca en la memoria de los hombres y mujeres de todo el mundo, que a bien tenemos en vivir nuestras  vidas al abrigo de la razón, la reflexión y por sobre todo, al abrigo de Dios.

Los venezolanos ya estamos rompiendo las cadenas de la tiranía, la violación, la barbarie, la corrupción y la perversión moral que desde el régimen nos han impuesto con violencia, sangre y destrucción y, llegado ese momento, un sector de la clase política opositora, de entre cuyos líderes algunos se declaran también socialistas, tendrán irremediablemente que adaptarse a una nueva realidad: los ciudadanos no estaremos dispuestos a sistemas de gobierno intervencionistas en nombre “del bien común y el verdadero socialismo”. Los postulados del liberalismo clásico y sus corrientes están creciendo entre los venezolanos con más fuerza de lo que quisiesen los estatistas exacerbados e incluso moderados, y comienza a entenderse con claridad meridiana, que no se puede igualar a los individuos sin despojarlos antes de su libertad, y con ello, de su dignidad, abriendo, como bien sabemos en Venezuela, la caja de Pandora de las calamidades sociales.

José Daniel Montenegro