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He leído un par de libros y he visto igual número de películas sobre el histórico forajido y en todas las perspectivas, no he podido obtener argumentos para calificarlo de ladrón. Nos encontramos frente a un hombre que recuperaba lo que previamente y de manera violenta, valiéndose de la coacción estatal, el emisario del príncipe había despojado a los campesinos, es decir, las cosechas fruto de sus trabajos, sus esfuerzos y sus sacrificios; siendo así, es muy alejado de la objetividad afirmar que Robin Hood “robaba a los ricos para darle a los pobres”. 

De esta peligrosa afirmación se desprenden muchas otras igualmente peligrosas falacias que han abonado el camino del socialismo y de entre las cuales podemos enumerar:

1. Robin Hood era un ladrón, pero robar no siempre es condenable y puede resultar hasta admirable y romántico.

2. Existen ladrones buenos y por lo tanto existen robos justificados.

3. Un individuo por ser rico y sin que importe el hecho de haber obtenido su riqueza de forma honesta, obviamente merece ser despojado de su propiedad sin más explicación que la necesidad de quien ejerce el despojo.

3.3 Ser rico es malo y la pobreza es un asunto de regocijo. Vale preguntarse por qué en los pasajes bíblicos, el Rey Salomón fue premiado con riquezas y no con pobreza.

4. La necesidad genera derechos automáticos que avalan la violación de los derechos a la vida, la libertad y la propiedad de unos individuos sobre otros.

5. La expoliación estatal, por ser ley, es sinónimo de justicia, razón por la cual quien desee recuperar su propiedad frente al estado es inequívocamente un ladrón, un ladrón bueno, pero ladrón al fin.

Define Frédéric Bastiat la Ley como la organización colectiva al derecho individual a la legítima defensa. Cada individuo ha recibido de la naturaleza misma y su razón de existir, el derecho de defender su personalidad, su libertad y su propiedad, ya que son esos los tres elementos esenciales requeridos para conservar la vida; elementos que se complementan el uno al otro, sin que pueda concebirse uno sin el otro. Porque, ¿qué son nuestras facultades, sino una prolongación de nuestra personalidad, y qué es la propiedad sino una prolongación de nuestras facultades?

Entonces, si cada individuo tiene el derecho de defender, aun por la fuerza, su persona, su libertad y su propiedad, varios individuos tienen el derecho de agruparse voluntariamente, de entenderse, de organizar una fuerza común para encargarse regularmente de aquella defensa.

El derecho colectivo, tiene pues, su principio, su razón de ser, su legitimidad, en el derecho individual; y la fuerza común, racionalmente, no puede tener otra finalidad, otra misión, que la que corresponde a las fuerzas aisladas a las cuales sustituye. Podemos entonces desnudar muchas mentiras subyacentes tras el mito del Robin Hood que “robaba a los ricos para darle a los pobres”, para lo cual es importante diferenciar entre “propiedad privada” y “propiedad legítima”. La propiedad indistintamente si transitoriamente se encuentra en manos de quien la ha robado, sigue siendo privada, ya que incluso en esta situación resulta evidente que esta no pertenece al público en general.

¿Cómo podría Robin Hood ser un ladrón si se evidencia claramente, que estaba simplemente recuperando lo robado? Si afirmamos que “robaba” estamos declarando implícitamente que las cosechas sustraídas a los campesinos mediante coacción, legítimamente pertenecían al príncipe, quien en lo que a mí respecta, resulta claro que era el verdadero ladrón, sin que su representación del poder estatal pueda eximirlo de tal calificativo.

Afirmar además que Robin Hood robaba a los ricos para “darle a los pobres” nos sitúa en una situación muy romántica y emotiva, pero se aleja de la verdad. Lo que he podido observar es que Robin Hood despojaba a los ladrones del botín y lo devolvía a sus legítimos dueños, y en ningún caso “daba a los pobres” como quien les hace un regalo o como a quienes el derecho a lo ajeno les asiste, pues los pobres eran los legítimos dueños de las cosechas que por él les eran devueltas.

El mito de Robin Hood, ha servido a la izquierda de manera subliminal y con éxito abrumador para sustentar muchas de las bases del socialismo, situando al estado como un nuevo “Robin Hood” que traerá justicia y paz a los individuos, acentuando el “espíritu de la tribu”, término con el cual Karl Popper se refería al irracionalismo del ser humano primitivo que anida en el fondo más secreto de no pocos individuos civilizados, quienes no han podido superar del todo la añoranza de aquel mundo tribal, cuando el hombre era parte inseparable de la colectividad, subordinado al brujo, al chamán o al cacique todopoderoso, que tomaban por él todas las decisiones, en las que se sentía seguro, libre de responsabilidades, aunque sometido, al igual que el animal en la manada.

Con la abolición del individuo sobre el dominio de sí mismo bajo formas y maneras incluso muy sutiles, la lucha por el poder político se convierte en el único mecanismo de competencia entre los individuos aptos y ambiciosos, de esta lucha saldrán invariablemente victoriosos siempre los más brutales, crueles e inescrupulosos: los Stalin, los Hitler, los Pol Pot, los Mao Tse Tung, los Castro, los Chávez, los Maduro.

Esto ocurrirá de cualquier modo, pero tanto más rápida y despiadadamente en la proporción en que los cuadros dirigentes así como las masas, han sido previamente insensibilizadas por la distorsión de la verdad y la manipulación de las emociones, lo que Marx definió como “moral convencional”, y que esa abolición de las inhibiciones que los no marxistas conservamos respecto a los límites que los derechos humanos ponen a la represión y la coerción, es llevada a la práctica por los marxistas que alcanzan el poder en medio del exterminio (considerado justificado y virtuoso) del “enemigo de clase”.

En su extremo está la locura inhumana, este retorno a la barbarie anterior al reconocimiento incluso de las grandes religiones sobre la dignidad humana, llega el delirio de Corea del Norte o el sistemático asesinato de seres humanos durante el régimen de Pol Pot en Camboya, donde se instituyó, en nombre del hombre nuevo y del comunismo agrario, el exterminio de todos los adultos alfabetizados en representación de “los ricos citadinos” supuestamente a favor de “los pobres” que terminaron sometidos a los más crueles tormentos en los campos de concentración y donde las estadísticas dicen que desapareció casi un tercio de la población camboyana.

En su punto máximo, el socialismo empuja a las naciones que lo aplican a la más absoluta miseria económica, pero él mismo, como ideología, queda desnudo en una terrible bancarrota moral, por lo que, para sostenerse en el poder en tales circunstancias, un gobierno socialista debe necesariamente y como condición ineludible, aplicar toda la violencia y barbarie desproporcionada que el criterio de la clase dirigente, siempre discrecional sugiera.

José Daniel Montenegro
@dmontenegrov1
Coordinador de formación de cuadros de @VenteBarinas