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La vida del joven venezolano ha sido muy extenuante, dura, llena de angustia preocupación, opresión y, se podría decir, llena de injusticia.

Son los jóvenes los que están pagando los errores y las elecciones a priori, de aquellos, que una vez, tomaron la decisión por nosotros, quienes en ese momento no teníamos ni voz ni voto. Nos truncaron nuestro futuro de una manera exorbitante; muchos, de esos jóvenes, han conseguido la manera de huir, de buscar en otras tierras la oportunidad que aquí, en mi país Venezuela, ni luchando pudieron encontrar superarse, existiendo esa fuga de cerebros, ese recurso humano, tan importante, tan valioso para el crecimiento del país, pero que hoy se desgasta en el exterior, recibiendo en su mayoría, atropellos morales.

Es triste, que nuestro suelo venezolano sea testigo de la cantidad de jóvenes caídos que salieron a defender su patria, sus derechos, pero que, gracias a este régimen cruel y asesino, jamás volvieron a casa y quedaron ahí, en el anonimato, en el olvido, porque desdichadamente el venezolano no tiene memoria o a lo mejor, olvida muy deprisa.

 Basta con apagar la luz de una persona para silenciar a millones y llenarnos de miedo, de tristeza y frustración, ya que vemos como única salida la calle, el protestar, hacernos escuchar, pero lo único que sumamos son días de luto para familias venezolanas, que deben enterrar a esos “libertadores” en silencio e ir desapareciendo, en el olvido.

¿Dónde están todos esos que defendían este régimen a capa y espada? Esos que aplaudían como focas una ideología que devaluaba la moneda día tras día en medio de un sinfín de más consecuencias, restringiéndonos el derecho a superarnos, a crecer. Muchos de ellos, desde lo lejos, van viendo como Venezuela se va desmoronando, cayendo a pedazos, mientras que otros simplemente permanecen bajo la comodidad de sus hogares, guardados, quizá opinando con el vecino sobre la situación, o protestando virtualmente, supliéndose muchas veces de la necesidad ajena.

La vida se nos va consumiendo en un virus que lleva 22 años atacando a mi país, llenándolo de desidia, de muerte, de necesidad , de persecución política por opinar distinto, convirtiéndonos en famélicos, recibiendo sobras que pretenden hacernos creer que debemos agradecer, viendo cómo sobrevivir el día, ya que duele decirlo, en este país hablar de futuro se ha vuelto utópico y lo más elocuente es decir que la generación de jóvenes estamos pagando este karma, que, a mi parecer, no deberíamos pagar, pero la libertad y la justicia llegará, no hay duda de eso.