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(Los Teques. 29/05/2020) La semana anterior, nuestro colega en la USB, Ángel Oropeza, quien dirigiera la Mesa de Unidad Democrática; persona de mucho peso y cercanía para el Presidente Encargado de la República, esbozó en un artículo publicado en El Nacional,  la definición del plan para ir arrimando, desplazando, al régimen de Maduro y sus secuaces. Un muy mal plan a mi entender.

Oropeza indica que estamos situados, como en efecto, en una «incertidumbre». En una «pavorosa crisis social que padecemos». Agrega más; esa crisis: «se va a agudizar». El hecho de que a un año y medio después de la jura, en calle pública, no se tenga alguna certeza en lo más alto del interinato habla terriblemente mal de la efectividad del plan trazado. Luego, que se ubique en la que seguramente es la peor crisis de la última centuria, y probablemente la más grave desde que existimos como República independiente, resulta excelente. Ahora, al señalar con la mayor displicencia que se va a agudizar esta terrible crisis, quiebra esperanzas en quienes más sufrimos, día a día, hora a hora, minuto a minuto: los ciudadanos. El problema, entre muchos otros, es que para ese arrimar propuesto ya no hay tiempo. Palabra clave. Esa que ha carcomido la imagen y el poder actual de Juan Guaidó como presidente encargado. Tiempo y ofertas incumplidas o desviadas. Veamos.

En busca de una solución, nuestro colega plantea que los civiles no controlamos las posibilidades de intervenciones militares extranjeras, insurrecciones armadas ni fracturas militares internas. Pues, tremenda falla; porque instrumentos hay. El TIAR, por ejemplo, ése que fue creado para evitar, especialmente por parte de los EEUU, justamente lo que está ocurriendo en Venezuela: la incursión y el apostamiento de controles militares o no de países ajenos a la región que busquen desestabilizarla o irla penetrando hasta apropiársela. Si no se controlan los militares de adentro o de fuera es porque seguramente no se ha «trabajado» suficientemente, porque ha habido dejadez, o porque, como se aprecia, el plan siempre ha sido otro, vinculado a la convivencia, connivencia, con el régimen. Lo que significa un desvío inaceptable del plan original, aprobado incluso en la Asamblea Nacional, de finalizar, como paso primero, con la «usurpación». Nadie pensó por supuesto, que ese fin de la usurpación sería cariñosamente.

La propuesta incluye la «presión cívica». ¿Hasta cuándo y hasta dónde? ¿Para buscar o respaldar ahora qué? Ah, Oropeza, como vocero autorizado del interinato, tiene la respuesta a una de esas preguntas: «un gobierno de emergencia nacional», conformado por tres opositores «democráticos» y tres representantes de la dictadura, con condiciones, claro, más uno decidido por los dos bandos, así, hermanados ahora. Pareciera que quienes no tienen control sobre militares de dentro o fuera si lo tuvieran con los criminales en el poder, ya que les pondrán condiciones para integrar el gobierno de transición en cohabitación. Para ello la presión cívica e internacional, para hacerlos entender que es lo más conveniente para quienes nos oprimen ya que representaría » su salida de menor costo». La cama tendida.

El negocio del poder compartido y sin rendición alguna de cuentas. Sin una certeza de casi nada. Sobre todo no hay certeza del tiempo hasta llegar a unas elecciones. Del control sobre los militares que deben necesariamente estar bajo la égida civil. ¿Y todo tranquilo así? No me imagino al Betancourt de 1957 macerando un proyecto de tanta ingenuidad. Desde luego este novedoso plan tiene la idea de resolver concienzudamente la situación futura. Ejemplos sobran en la historia: Hitler, Amín, Stroessner, Gadafi, Hussein, Ortega, el mismo Pérez Jiménez. ¿Es hora de innovar con sangre?

No hay más tiempo. La gente sufre y padece mucho. La gente muere. Hay presos, perseguidos, exiliados, torturados, humillados, aterrados. ¿No se entiende? Cohabitar con criminales o sus cómplices no resolverá nada. Será la prolongación indefinida e intragable de esta situacion. Además de que no lo van a aceptar de ningún modo sino con la coacción. Diría nuestro colega, también de la USB, en La miseria del populismo (1996), Aníbal Romero, vuelvo a citarlo: «La diferencia fundamental entre la democracia y la tiranía se encuentra entonces en el hecho de que la democracia, al contrario de la tiranía, permite sustituir a los gobiernos sin el uso de la violencia».

Definitivamente, nos embaucaron de nuevo. Con imprecisiones, con embustes, con miedo a lo actual y a lo venidero. Mal rumbo lleva esto. Se necesita al menos un estadista para encausarlo. El tiempo sigue corriendo y no para. Mal. Muy mal. Desafortunado presagio las palabras escritas por Ángel Oropeza. Hay que revertir eso cuanto antes si de veras queremos salir definitivamente de este atolladero.

William Anseume