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Veinte años han servido para tumbarnos el mito de aquel país rico porque en su subsuelo hay petróleo. Aprendimos por las malas, que hemos sido siempre un pobre país rico; el país que alguna vez creímos ser, y jamás fuimos.

Pobres porque jamás entendimos el valor de la libertad hasta que nos quitaron todas sus letras. Pobres ciudadanos de aquel país en vías de desarrollo, aquel que lo único que ha desarrollado en veinte años, ha sido el cáncer que hoy lo consume desde dentro.

Pobres porque la nevera de la esperanza también está vacía. Distante se ve aquel proyecto de país que alguna vez quiso ser prospero. El combustible tan caro como la vida, la supervivencia cada vez más cuesta arriba, y el cáncer haciendo metástasis en cada sector de aquel país que poco a poco ya no existe.

Quedan las ruinas de un país que quiso ser y no pudo, esas ruinas que hoy se traducen en cuerpos desnutridos y ojos sin ilusión. Queda la soledad de la inmensa mayoría que sigue dentro del mapa, y la distancia de los exiliados.

Pobre de aquel que se atreva a soñar en el gigante elefante de américa, pues se convierte en nuevo objetivo de quienes nos quieren así, pobres. Nos han quemado todo, cada prueba de que tuvimos una vida mejor, cada indicio de que pudimos ser un país rico.

Hoy, queda lejos ese país que conocieron las generaciones anteriores, aunque las coordenadas geográficas sean las mismas, el país ya no está ahí, lo movieron.

Queda poco y nada de lo que pudimos ser y no fuimos. Aquel país que conocimos ya no existe, la guerra imaginaria arrasó con el elefante que hoy está sin una pata y en riesgo de desnutrición.

@AlvaroJardim99

Coordinador de Vente Joven Vargas