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Con este dilema un tanto artificial, también impuesto, acerca de si votar o no, si habrá o no elecciones; además, la designación írrita de un Consejo Nacional Electoral, las carencias de facultades para el espurio ente que lo nombra, el batiburrillo ahora en AD, el contexto político general, se agolpan ideas en la mente de cualquiera. También en la mía. De entrada aclaro que parto de la concepción de que mientras esté instaurada la tiranía no hay votación posible. Hay que botarlos. Con ellos, los dictadores y sus cómplices directos e indirectos, apoderados es imposible votar con algún tipo de sustancia. Pierde valor y contenido el voto, que debe implicar siempre libertad. Libertad individual y colectiva. 

Ahora, la composición de los partidos en nuestro país, casi con la mera excepción de Vente Venezuela, está impregnada, con gradientes varios, de izquierda o centro izquierda, figúrense que hasta hay un Copei popular; queda un resabio por ahí de partido nacionalista, badurnado de alguna heredad «ideológica» propia de la cachucha perezjimenista sabedores que, como es altamente conocido, aquel PJ detestaba a la izquierda, a los comunistas, a los adecos, a los sindicatos y a los partidos. Todo lo que no fuera militar uniformado. 

De ese modo, el gran conglomerado, esa inmensa composición de partidos venezolanos (pasan increíblemente de veinte entre ínfimos, pequeños y más o menos grandes), comparte la idea de que «ser rico es malo», expresada por Hugo Chávez. No sólo eso. Cargan con el lastre lingüístico de ñángaras trasnochados: burguesía, proletariado, explotación de hombres por hombres, plusvalía, lumpen, gringos, capitalismo salvaje y muchos otros vejestorios decimonónicos expresados en voquibles huecos, cojitrancos. A veces no los dicen, pero los piensan. Y cómo los piensan: creyéndose refritos humanos marxistas, en momentos en los que es vergüenza reconocerse como tales, o como comunistas, o como socialistas, porque no los aceptaría la gente que sufre el rigor, el rigorito (dirían en Trujillo), de este marasmo anti capitalista, anti empresariado, expropiador. Hay más. Elaboran que es fino vivirse al Estado. Concuerdan con los bonos hechos dádivas grotescas; concuerdan con el Clap, concuerdan con el paternalismo del régimen y con su paternalista necesidad de dirigirnos cada fragmento ínfimo, íntimo, de la vida. Concuerdan con que la riqueza debe ser de fácil obtención, sin importar cómo. Si es mal habida mejor. 

De allí que, finalmente, no se opongan como enemigos declarados, acérrimos y mortales a la mágica forma disparadora de «encantos» producida por quienes nos y los oprimen. De nada sirven los presos, así sean sus compañeros; los muertos, los torturados, los exiliados, los idos. Da igual. Están conformes. Lo más que se les ocurre es compartir un poco más el poder; surge la idea de cohabitar. De repartirse todo. El CNE, dando y dando; la Asamblea votando así, secuestrados, todos y todo; los reales de la expoliación, los negocios. El malandraje en el poder se resiste a esos compartimientos y los friega, y nos friega. Pero estos pseudoopositores, profesionales del engaño, persisten en su masoquismo, por llamar de algún modo la entrega culinaria, de sopita en la boca. Es una copia viva de aquella comiquita de la «Gata Loca» con su Ignacio. Así postulan abiertamente su apoyo a Biden en los EEUU, tal vez para que Trump no se meta más, cónchale, con sus «protectores» de Miraflores. 

Nada bien vamos. Estamos mal, vamos muy mal, y el rumbo incierto va a peor. Por eso; aunque no sólo por eso, el giro desde el arraigado pensamiento izquierdista, con ídolos incrustados como balas en el cerebro, tales como el Ché, Allende, Fidel, Neruda, Stalin, Lenin… (increíble) ha sido tan dificultoso. Muy en el fondo sostienen, sin decirlo, criterios como que hay que derribar cualquier intento de empresa privada, que hay que expropiar, robar, y reconocer capos y ladrones, que el narco es chévere si da y que «el trabajo lo hizo Dios como castigo». Papá Estado petrolero que dé. Yo recibo. Así elucubran. Y en realidad más nada les importa. Son dóciles ñángaras pisoteados que se creen ocultos con mantos de una singular «oposición» maniquea. El trabajo de sacarles esas concepciones del coco es largo y tedioso. Pero hay que hacerlo, a diario. Hasta la transformación cultural, mental, de esos resabios en la azotea general venezolana, no sólo partidista. Repitamos: ser ricos todos tiene que ser muy bueno (Algo así expresó en algún momento María Corina Machado). Mejor que ser todos miserables.