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El socialismo sigue siendo tan llamativo en la actualidad, aún a pesar de sus hambrunas y genocidios bien conocidos en la humanidad, porque han logrado entre otras cosas, insertar con éxito la absurda idea de que la ley más que justa, debe ser filantrópica. No se está conforme con que la ley garantice a los individuos sus derechos a la vida, libertad y propiedad legítima y con ello, el ejercicio pacífico de sus facultades, sino que exige que se esparza sobre la nación, el bienestar y la moral revolucionaria basada en la igualdad, aunque para ello, se deba despojar a los individuos de su libertad como derecho supremo, ya que es imposible imponer legalmente  la igualdad y la fraternidad sin que la libertad termine destruida y la justicia legalmente pisoteada. Caso patente de ello son las declaraciones del nefasto e ilegítimo Ministro de Educación en Venezuela, Aristóbulo Istúriz, donde afirma que en el sector educativo, el personal administrativo, obrero y docente deben ganar por igual, pero hay que entender que nunca dirá que él como “ministro” debe ganar igual sueldo que ellos.

Entiéndase pues que la ley es la fuerza y que por lo tanto, la esfera  de acción de la ley no puede extenderse más allá del legítimo campo de acción de la fuerza. Cuando la ley y la fuerza circunscriben a un hombre dentro de la justicia, no le imponen otra cosa que el compromiso de respetar en otros los derechos que reclama para sí mismo. No le imponen más que la abstención de dañar a otros. No atentan ni contra su personalidad, ni contra su libertad, ni contra su propiedad. Tan sólo salvaguardan la personalidad, la libertad y la propiedad de los demás.

La ley y la fuerza se mantienen a la defensiva: defienden el igual derecho de todos. Llenan una misión cuya inocuidad es evidente, de utilidad palpable y cuya legitimidad no se discute. Debe decirse: “La finalidad de la ley está en impedir el reinado de la injusticia”. En efecto, no es la justicia quien tiene existencia propia, sino la injusticia. La una es resultado de la ausencia de la otra. Pero cuando la ley, por intermedio de su agente necesario: la fuerza, impone un modo de trabajo, un método o una materia de enseñanza, una fe o un culto, no actúa ya en favor de la libertad; actúa en forma impositivamente dañina sobre los hombres. La voluntad del legislador sustituye a la libre iniciativa. La persona no tiene ya para qué reflexionar, comparar o prever; todo eso lo hace por ellos la ley. La inteligencia les resulta un artículo inútil; cesan de ser hombres; pierden su personalidad, su libertad y su propiedad. Pasan a ser los ciudadanos, en el mejor de los casos, eternos adolescentes necesitados de tutela, cuando no, esclavos igualados a las bestias.

Intente imaginar una forma de trabajo impuesta por la fuerza que no constituya una violación a la libertad; una transmisión de riqueza por la fuerza, que no sea un atentado a la propiedad, es decir, un robo disfrazado de altruismo. Al ver que aquello resulta imposible, debe reconocerse que la ley no puede organizar el trabajo y la Industria, sin organizar la injusticia.

Cuando un político de corte intervencionista o socialista propiamente dicho, desde el aislamiento de su oficina ubicada probablemente en un rascacielos, pasea su mirada sobre la sociedad, se conmueve por el espectáculo de desigualdad que se le presenta. Se lamenta por los sufrimientos de un gran número de nuestros hermanos, sufrimiento cuyo aspecto se hace aún más entristecedor por el contraste con el lujo y la opulencia, claro está, la opulencia y lujos de aquellos que la han ganado de forma honesta, porque nunca objeta los lujos y la opulencia de su propia forma de vida que es pagada por todos, incluidos aquellos pobres que le causan aflicción.

Tal vez correspondería preguntarse si tal estado de degeneración social no tiene por causa la ausencia de libertad individual violentada por intermedio de las leyes aprobadas por él mismo. Debiera preguntarse si realmente él desde una oficina está en la capacidad de organizar eficientemente la vida de millones de ciudadanos, que nunca conocerá como individuos, sino que se le presentan como un número, una cifra, una estadística. Ni siquiera se formulan tales preguntas. Dan por sentado, que ellos están dotados de poderes más allá de la inteligencia humana común y vulgar. El pensamiento apunta a combinaciones, arreglos y organizaciones legales o ficticias partiendo de una sociedad centralmente organizada desde la burocracia estatal. Se busca el remedio en la exageración y perpetuación de lo que produce el mal.

Pero no todo son malas noticias, es positivo resaltar que en Venezuela, gracias a la tragedia socialista que arrastramos desde hace décadas y cuyo punto máximo hemos alcanzado con el chavismo en representación del más rancio y salvaje socialismo, las ideas liberales, denunciadas por Hugo Chávez como “neoliberalismo salvaje” vienen creciendo con fuerza abrumadora en amplios sectores de la población, una clase trabajadora y empresarial decente, que como con frecuencia afirman mis Queridos Hermanos Raúl Manuel Coello Blonval y José Vicente Covuccia, a través del esfuerzo, el mérito y el talento, insisten en continuar día a día, a pesar de la adversidad, en construir una Nación próspera basada en los  derechos inalienables de vida, libertad y propiedad legítima, bajo un estricto sistema jurídico de igualdad de todos ante la ley.

Nuestro RENACIMIENTO viene en camino.

José Daniel Montenegro Vidal

@dmontenegrov1

Coordinador estadal de Formación de Cuadros en @VenteBarinas