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Lo que requiere nuestro país es un “milagro económico” que nos permita erradicar la pobreza que agobia a nuestros ciudadanos, y que es el caldo de cultivo de no pocos males sociales, y para ello, es necesario integrarnos a la comunidad mundial, pero no levantando banderas de modelos ideológicos absurdos y fracasados, sino a través del libre comercio y la cooperación voluntaria y pacífica. Pero, por sobre todo, crear las condiciones que permitan verdaderas oportunidades de desarrollo de los individuos de manera plena e integral.

Para quienes han entendido que el fundamento del progreso reside en la libertad, en la iniciativa privada, donde cada quien puede buscar la felicidad valiéndose de la cooperación voluntaria con otros individuos, no existe un razonamiento que los lleve a pensar en el éxito como “un milagro”. El progreso es la consecuencia de las decisiones de cada individuo que busca mejorar su situación en un medio social de respeto a los demás. Por lo tanto, “el milagro” se produce cuando las instituciones sociales positivas: el Estado, las organizaciones empresariales, las aduanas, los impuestos etcétera, no van contra la naturaleza espontánea del orden de la libertad; y quienes aún hoy, tratan de negar la evidencia histórica de que nada más eficaz que la libertad, la libre empresa y la economía competitiva, sobre todo para elevar el nivel de vida de “los más necesitados” son por lo general (aunque no siempre) quienes han amasado grandes fortunas con el muy lucrativo negocio de vender pobreza.

La premisa aceptada históricamente en Venezuela, de que la razón de existir de los gobiernos es planificar la vida de los individuos en cada aspecto de su esfera privada, incluso si se esgrimen buenas intenciones, es perversa y totalmente incompatible con los principios fundacionales de una sociedad libre, abierta y próspera. Otro aspecto a señalar, es el hecho de que muchos venezolanos han asumido, que si algún error hemos cometido en materia política, ha sido haber creído de buena fe en las personas equivocadas, dejando de esta manera intacta y sin que debata en torno a ello, lo que afirmamos objetivamente, es la verdadera causa de nuestros males: el modelo de gobierno intervencionista, funcionarios con poderes extralimitados de sus competencias, de donde emana la corrupción, el amiguismo, el tráfico de influencias, los sobornos y la mayoría de las distorsiones sociales.

La doctrina del liberalismo clásico se fundamenta en un conjunto de ideas cuya característica principal es la libertad del individuo; en su forma original es una corriente económica, filosófica y política y tiene como ciertos principios básicos: los gobiernos limitados, tanto en funciones, poderes y recursos; los mercados libres y abiertos a la competencia; el absoluto respeto a la propiedad legítima, fundamento de la rigurosa independencia de las instituciones privadas respecto al Estado; y la igualdad de todos los individuos ante la ley. Los Gobiernos limitados constituyen la única garantía para gozar de la libertad, y también de otros valores como el orden, la seguridad, la justicia, la paz y la prosperidad.

El objeto de la sociedad es la cooperación voluntaria y libre asociación común entre los ciudadanos que la componen, por tal motivo, se han establecido gobiernos que derivan sus justos poderes del consentimiento de sus ciudadanos. Los gobiernos han sido instituidos para servir a los individuos, y lejos de lo que se han convertido en la praxis, nunca para servirse de ellos, para asegurar al individuo en la sociedad, protegiendo la mejora y perfección de sus facultades físicas y morales, aumentando la esfera de sus goces y procurándoles el más justo y honesto ejercicio de sus derechos. Estos derechos son la vida, la libertad, la propiedad, la igualdad y la seguridad, de su garantía emanan todos los demás aspectos de una sociedad libre y próspera.

La vida es un derecho sagrado y por lo tanto supremo, y difícilmente exista una comunidad humana donde pueda violentarse este derecho legalmente, basándose el atacante o victimario en el placer y no en la legítima defensa sobre su víctima.

La libertad es la facultad de hacer todo lo que no daña los derechos de otros individuos, ni el cuerpo de la sociedad. Los derechos de otros son el límite moral de los nuestros y el principio de nuestros deberes relativamente a los demás individuos del cuerpo social. Ellos reposan sobre dos principios que la naturaleza ha grabado en todos los corazones y a los cuales se puede acceder mediante la razón, a saber: “Haz siempre a los otros el bien que quisieras recibir de ellos. No hagas a otro lo que no quisieras que se te hiciese”

La propiedad es el derecho que cada uno tiene de gozar y disponer de los bienes que haya adquirido honesta y legítimamente a través de su trabajo, esfuerzo, ingenio, talento, visión y/o industria, sin que bajo disfraces conceptuales aparentemente hermosos, como “la justicia social”, “el bien común” o “la redistribución de la riqueza” gobierno alguno pueda, mediante manipulaciones legales, expoliar a los ciudadanos sus propiedades o parte de ellas.

La igualdad consiste en que la ley sea una misma para todos los ciudadanos, sea que castigue o que proteja. Ella no reconoce distinción de nacimiento, ni herencia de poderes. Cualquier otra forma de igualdad diferente esta, implicará una violación a la libertad individual como derecho supremo y un flagrante ataque a la persona y la propiedad de los individuos, puesto que no hay manera de igualar a los ciudadanos sin antes despojarlos de su libertad y con ella de su dignidad, a lo que sobreviene la iniquidad, la ignominia, la barbarie, resultando así los individuos igualados únicamente a las bestias salvajes.

La seguridad existe en la garantía y protección que da la sociedad a cada uno de sus miembros sobre la conservación de su persona, de sus derechos y de sus propiedades. Garantizarlos y promoverlos en lugar de atacarlos o violentarlos, es una de las más elementales funciones de las administraciones de gobierno.

En una sociedad libre, esto es, con existencia del Estado de Derecho, cada ciudadano tiene plena libertad de reclamar sus derechos ante los depositarios de la autoridad pública, con la moderación y respeto debidos, en ningún caso podrá impedirse ni limitarse. Todos, por el contrario, deberán hallar un remedio pronto y seguro, con arreglo a las leyes, de las injurias y daños que sufrieren en sus personas, en sus propiedades, en su honor y estimación.

Nuestra única meta en la actualidad es la libertad de Venezuela, luego vendrá algo si se quiere más complejo aún, sentar las bases de una nación que nunca más vuelva a retroceder a niveles tan trágicos de miseria social y oscurantismo moral, por ello, con el mejor de los ánimos y la más noble de las intenciones, nos movemos al abrigo del deber ciudadano de sugerir con firmeza ante el país, el LIBERALISMO CLÁSICO PARA VENEZUELA.

Que Dios bendiga a Venezuela y nuestros aliados alrededor de todo el mundo.

José Daniel Montenegro Vidal
Ingeniero Mecánico
Coordinador estadal de formación de cuadros de Vente Barinas
@dmontenegrov1