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Lo conocido no se pregunta.

Si partimos de la conseja popular, tal vez podamos establecer con propiedad algunas de las entreveradas, complejas, circunstancias de lo expresado (y callado) del (des) encuentro entre María Corina Machado y Juan Guaidó. Consideremos, además, mi evidente y no taimada parcialización en esto. Tomemos en cuenta que la caraqueña no requiere defensa. Se basta sola y se crece.

¿Guaidó conocía la respuesta? Evidentemente. Acudió a la cita propuesta por él con una pregunta retórica. ¿María Corina sabía la pregunta? Claro que sí. Esperaba seguramente, como dice, la posibilidad de un planteamiento alternativo, si se trataba de convencerla acerca de algo cuando públicamente está muy claro: no transa con maléficos planes, con maléficas personas. Ha sido su rigurosa posición, inquebrantable, siempre, en todo este maremágnum de visicitudes durante luengos años en la política nacional postdemocrática.

Luego: ¿Cuál era el propósito del guaireño? Marcar fuertemente la renuencia de MCM a pactar con enemigos (no existe otra palabra). Dejarla en mal, con, como ella señala, el chantaje de la unidad. Su idea (de él) estando, como todo el planeta, al tanto de la inmodificable posición de principios de ella, no era buscar un acuerdo, era dejarla fuera del acuerdo haciendo ver que intentó incorporarla sin efecto. Mal obrar.

En este tipo de búsqueda complicada de entendimientos, ningún presidente, por largamente interino que sea, se presenta a una reunión como ésta si no está absolutamente seguro de que en algo saldrá ganancioso. No es ingenuidad. Los diplomáticos, también muchos asesores, saben bien de eso: envían emisarios a trabajar en el asunto, previamente, con equipos de la contraparte y, si no existe posibilidad de fructífera negociación, finalmente suspenden encuentros, incluso con cualquier excusa.

Coincido con María Corina, obviamente. No se ha logrado el propósito de sustituir la usurpación. Se ha podido hacer más y mejor (Si se hubiera obrado más radicalmente en la sustitución de los criminales en el poder). Ha habido mucho desgano, mucha torpeza, como la de esa reunión. Hay señalamientos no desmentidos en los manejos de recursos. Y el mandato de la Asamblea, así como el de Guaidó, tiene de espada de Damocles un plazo, una sentencia, una competencia a contra reloj que no parece quererse ni ya poderse cumplir. El país espera(ba) más.

El resultado: esta profundización de la atomización política del país que ni siquiera a Maduro favorece, como algunos piensan. En realidad no favorece a nadie. Mientras tanto, el tiempo transcurre sobre el sufrimiento humano que todos padecemos.

Si se quiere negociar, cuestión sobre la que hay que insistir sin duda, como Juan señala, se tiene que partir de más nobles, fructíferos, propósitos. No hay más tiempo para sandeces, para pretendidas ingenuidades. La gente espera, y aunque se crea y parezca lo contrario, no es tonta.