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Usted no me conoce, señor Borrell y así dice representarme. Al igual que los de su tipo, se siente el fiscal del universo, el abogado de mis intereses y el amo de la justicia social… Turista del ideal y revolucionario desde un cómodo sofá en Europa. A su edad uno pensaría que ya no anda con caprichos juveniles, que ha logrado ser un tipo que sabe ver la realidad: pero usted se suma a esa lista interminable de izquierdistas que no creen en la verdad sino en su propio bando.

Señor Borrell, usted me recuerda a esos pandilleros desafortunados de las incontables tribus urbanas, que se dejan golpear por sus compañeros y dicen que eso es fraternidad. Hace un par de días pasó por Venezuela buscando lavarle la cara a un régimen miserable, buscando “condiciones mínimas” para unas elecciones en las que nadie podrá elegir nada. ¡Pero claro! Usted es socialista y adora defender a las dictaduras mientras se vistan de rojo, tan predecible como su colega Zapatero… Señor Borrell, usted es el vivo ejemplo de aquel dicho de “si los míos me orinan la cara, yo entonces diré que llueve”.

Pero no llueve señor Borrell. De hecho, no solo le orinan la cara, sino que le vomitan inventos y usted se los traga.

Eso me enferma, señor Borrell, porque los que dicen representar la dignidad ciudadana —igual que la chusma sádica del Coliseo— se reúnen para reírse, hablar de “legitimidad” y “encuentro” mientras al frente tienen un espectáculo de puro sufrimiento humano. ¿Qué diablos dice eso de la política? ¿Qué me transmite eso de su supuesta dignidad?

Primero fue Franklin Brito, luego Neomar Lander, para acribillar a Óscar Pérez y lanzar desde un edificio a Fernando Albán. Y eso para usted es súper democrático y candidato perfecto para seguir dominando al país entero. Eso para usted es “pleno Derecho” y otras locuras más. ¿De dónde viene ese tranquilo sadismo? ¿Es que acaso se confundió de vuelo o es que ya le pega de lleno la edad?

La estrategia revolucionaria es repetir todo lo que no ha funcionado, para que fracase inminentemente y luego decir que “al menos lo había intentado”. Pero ni siquiera lo intenta, señor Borrell. ¿Se reunió usted con la familia de Rafael Hernández? ¿Le aguantó la mirada que le robaron a Rufo Chacón? ¿Entonces por qué dice que me representa a mí y a la democracia?

Su derrota adelantada la quiso vender como victoria, su mero acto es prueba fiel de que a la progresía internacional no le importa en absoluto los más de 30 millones de venezolanos; ni a los revolucionarios de Twitter, ni a los que se la dan de moderados de Europa.

Mi abuelo decía que cuando el perro se cansa de las pulgas y se empieza rascar, las pulgas hablan de ‘democracia’ y no-sé-qué tanto más… mientras al pobre perro lo siguen matando. Y ahí va usted, señor Borrell, a hablar de la participación de las pulgas y su legitimidad sobre el perro. ¿Pero quién le dio derecho de hablar por mi voz? Si usted nunca me ha hablado.

¿Con quién habló usted, señor Borrell, para que hable en nombre de la democracia? ¿Con el padre de familia a la que no puede mantener? ¿Con los pacientes en hospitales donde no hay medicamentos? ¿Con el campesino al que expropiaron? ¿Con el desempleo y la desesperación? ¿Con la niña en el barrio a la que le dicen que un pedazo de mortadela es una muestra de dignidad revolucionaria?

Usted no representa en absoluto el verdadero sentir de los ciudadanos europeos y mucho menos de los de España. Como le dije antes: usted defiende su bando, su pandilla, su secta de ideología caníbal. Es una verdadera lástima que las tiranías hagan cosas que le beneficien, pero que salten supuestos demócratas como usted a defenderlas, es para llorar. Pero no hay tiempo para eso y las lágrimas ya se acabaron.

Ese frágil sistema de hipocresía que sostienen los perversos algún día cambiará: pero no será por usted, señor Borrell, porque usted no nos conoce. Ese frágil sistema lo transformarán los demócratas verdaderos y el ciudadano comprometido, el que siente como propios el sufrimiento ajeno y el que sabe que el ciudadano no es un perro, sino un ser humano con valor personal.

Usted no me conoce, señor Borrell, así que para despedirme me presento: yo soy el venezolano que conoce la violencia que cabe en dos días entre el barrio, el agricultor al que saquearon, la madre a la que le secuestraron un hijo, el amigo que me mataron, la muchacha emigrante que asistió al funeral de su padre por videollamada, porque no tiene el dinero para regresar. Usted no me conoce, señor Borrell, tampoco ninguno de sus patéticos camaradas: pero se lo juro… ¡Algún día me conocerá!

 

Henry Nadales

@HenryNadales