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(Caracas. 30/11/2020) El presente siglo, demasiado largo y pesado, apenas iniciándose, ha demandado constantemente una transición en Venezuela. El liderazgo político la ha abanderado, después que el régimen alegó la suya, temprana y violentamente consolidada, aunque se diga infinitamente provisional de acuerdo a los intereses y conveniencias de las camarillas en el poder.

Sólo una particularísima conjunción de circunstancias, dan inicio al proceso de cambio. Por mucho que se le quiera prever, macerada toda suerte de previsiones, al llegar suele sorprender a sus propios demandantes o, al tardar, extremar las esperanza de su inminencia.

Una recientemente publicación, nos impone del complejo fenómeno: “Transiciones políticas en América Latina: desafíos y experiencias”, coordinada por José Alberto Olivar y Miguel Martínez Meucci, bajo el sello de la Universidad Metropolitana, afortunadamente liberada dado el quiebre de nuestro mercado editorial (https://www.academia.edu/44535469/Transiciones_pol%C3%ADticas_en_Am%C3%A9rica_Latina_Desaf%C3%ADos_y_experiencias). Distintos los textos suscritos por acreditados académicos, igualmente nos avisan de la novedad pendiente en Venezuela, luego de considerar las diferentes experiencias acumuladas en el continente.

Entre varias de las convicciones suscitadas, reitera el carácter existencial de la crisis que padecemos y, como lo ha observado Jorge Battaglino, respecto al caso argentino, la necesaria e irrepetible contextualización doméstica, regional e internacional del problema (página 129). Apreciación ésta, aparentemente obvia, corrige la impresión, cultivada por el poder establecido, de que sufrimos un caso que únicamente nosotros solventaremos, a pesar de sus muy amplias consecuencias – incluso – en el hemisferio occidental, por no citar la absoluta indefensión que experimentamos frente a una minoría lo suficientemente armada y desalmada para reprimirnos y aplastarnos.

Al recordar el caso panameño que, por modestas que hoy nos parezcan sus causas, tuvo el ya consabido desenlace, Elsa Cardozo  concluye sobre una “peligrosa contraposición entre la soberanía y los derechos humanos” (pp. 226 y 233), reveladora del estado actual de las cosas. La autora atina al precisar la escalada de atención internacional (212 ss.), como Yuruari Borregales Reverón lo hace al expresar que “dinámica interna Nicaragüense (SIC) requirió de la ayuda del exterior para pactar un proceso de paz” (182).

Las exigencias del mismo proceso doméstico, obliga a tender el debido puente con la comunidad internacional en una etapa histórica diferente a las antiguas invasiones y ocupaciones del mundo bipolar. Sin embargo, en medio de la llamada guerra fría, discrepando de la presencia estadounidense en República Dominicana a espaldas del TIAR, Venezuela tuvo el acierto de proponer una Fuerza Interamericana de Paz (FIP), observado por Jesús Calderón Rojas (106), insistiendo en una institucionalización del concurso internacional.

De los casos emblemáticos expuestos, se desliza el severo problema de la composición del liderazgo opositor frente al del régimen que, inicialmente, lo une y convoca el aprovechamiento abusivo del erario público. Sólo, en unas determinadas coyunturas, se imponen  la unidad irresistible e aquél liderazgo, pero – lo hemos visto en Venezuela – la prolongación de un dispositivo de concertación que no, institucionalización convincente de los esfuerzos, genera intereses que dicen legitimar la cohabitación con los victimarios, como un mal menor.

Este último aspecto, de suyo grave, lo observamos no sólo en el ámbito partidista, sino en el de la sociedad civil. A pesar de contar con un parlamento como un punto de encuentro que, además, órgano del Poder Público, tiene específicas tareas que tienden a ejemplificar, reforzándolo en lo posible, el Estado de Derecho, la falta de una conducción política de profundidad, ha permitido esa connivencia con el desorden establecido en el marco de una “transición para la transición” del medio político.

Transitoriedad es transición, pero no todo lo transitorio – puede decirse – está dispuesto a transigir con un cambio. Luego, convengamos, tenemos mucho tiempo, largo y pesado tiempo, en una permanente y también aparente transitoriedad.

Luis Barragán