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Entiendo toda la inmensa preocupación desatada una vez que el Congreso de los Estados Unidos ha decido finalmente, no sin traumas, concederle la presidencia a Biden. Desde luego que esa realidad incidirá y tal vez, muy negativamente sobre la nuestra.

¿En qué cambiaría la fresca relación de Obama, por ejemplo, y del partido Demócrata de los EEUU, con Cuba y los intereses expansivos del socialismo-comunismo en el hemisferio occidental? La laxitud, muy probablemente, se mantenga en los próximos años como su política para la América Latina y el Caribe. ¿Y a nosotros qué?

Por más influencia americana que haya, maniatada o no por el congreso de ese país, a nosotros nos importa resolver con ellos o sin ellos nuestra desesperante y compleja situación política, con sus respectivas incidencias en lo económico y social. ¿Se perdió un tiempo vital? Ciertamente. No se calibró suficientemente por quienes tuvieron la responsabilidad de hacerlo, digo Juan Guaidó y el parlamento nuestro, electo en 2015, así como casi todos los demás líderes políticos, con sus intereses económicos y políticos o no, la consecuencia de dejar hacer en el poder sin arreciar contundentemente por su salida, a los terroristas que sustentan el poder en Venezuela. Este es el producto casi final de los diálogos, de las negociaciones y las mesitas infructuosas para la nación (tal vez no tanto para algunos de ellos: Capriles, Stalin – y todo Un Nuevo Tiempo, Claudio, Falcón, entre otros).

Ahora bien: ¿Cómo vamos a resolver la Asamblea Nacional? ¿Cómo vamos a resolver las elecciones regionales a las que algunos ya se lanzan desbocados sin medir consecuencias inmediatas, medianas y a largo plazo? ¿Cómo vamos a resolver nosotros el asunto, para algunos baladíes, de la separación de poderes, de la constitucionalidad, de los Derechos Humanos, de la democracia, de la libertad o las libertades? ¿Cómo vamos a resolver la problemática del despotismo y la opresión? ¿Cantando el himno?

Guaidó, debilitado como nunca, con una Asamblea Nacional desfortalecida hasta en los sustentos legales, convoca ahora medio deseperado, a profundizar la unidad luego de haber despreciado olímpicamente los llamados hechos consuetudinariamente por otros líderes opositores, como María Corina Machado. Hay que decírselo tal vez con suma claridad. Señor Guaidó y adláteres, asesores y pegados: no se trata de que ustedes fijen las pautas de sus creencias para que los demás sigan como lacayos sus planteamientos. Se trata de liderar, aunque tal vez ya para ustedes anacrónica y lamentablemente luzca tardía esta acción, un camino concertado hacia la liberación del país. Concertado. Sin ello no habrá unidad mayor posible ni suficiente para acabar con esta desgracia.

Si caemos todos en el atolladero electoral sin haber conquistado la libertad y la ruta democrática, anularán a esos electos, como pasó antes con gobernadores apartados y con la Asamblea Nacional ahora prolongada, en la que todos confiamos entonces como sendero para la obtención de un respiro en libertad.

Otro atolladero electoral será la prolongación ridícula del mal, si no se acompaña de un proyecto inmediato de transición. ¿Fácil? No lo ha sido. No lo será. La unificación de las fuerzas políticas, sociales y hasta militares pasará por asumir responsablemente los errores y por un honesto enfoque del derrotero a seguir. Si no, seguiremos la chapuza política que ha caracterizado estos años con imberbes negociadores entramados en sus propias y ajenas trampas.