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(Los Teques. 22/01/2021) Más de cuatro millones de compatriotas andan por el mundo huidos de la desgracia instaurada a juro en Venezuela. Todos en cierta forma corridos de nuestro país. La gran mayoría en penuria, cruzando trochas o echando sus cuerpos al mar para no ser más presas de los resquemores despóticos de los integrantes de un régimen terrorífico, arruinador. Como sabemos, terriblemente algunos han muerto, contradictoriamente, intentando la sobrevivencia.

Los exiliados exhiben, desde luego, distintas categorías. Están quienes van en busca de una vida un tanto más afortunada y libre que acá, los profesionales, técnicos y obreros dispuestos a reconstruirse como seres humanos en el país que los cobija, los estudiantes que desesperados buscan ampliar sus conocimientos, los perseguidos literalmente por razones políticas más directas, que se las ven negras para la sobrevivencia y para su resguardo, así como también existen fuera los timadores de toda calaña que van en busca o en malbaratamiento de lo ajeno mal habido o por mal haber. Todos, finalmente, resultan expulsados, expatriados por razones políticas que en algunos casos redunda en acabamiento económico y social, en nuestro caso.

Son múltiples las razones para desprenderse de un país que no ofrece ya condiciones ni garantías para una vida siquiera normal en medio de las tribulaciones impuestas tanto por los canallas en el poder como por la enfermedad esparcida por el mundo y tan desatendida aquí (aunque nos quieran vender discursivamente otra idea).

Todos esos compatriotas son desterrados, expatriados, desarraigados de su entorno cultural y familiar. Duelen más los más desposeídos, quienes angustiados se fueron a tratar de mantener desde afuera a sus familiares que no han podido escapar. Duelen diputados honorables (los hay), duelen todos los que quisieran estar aquí en un país promisor en medio de sus tradiciones, en medio de sus entornos familiares, laborales, en su tierra; duelen los que se fueron a pasar incluso más rigores de los que sufrían aquí. Todo desterrado duele. Los verdaderos desterrados. No me duelen, para nada, los vivianes, los aprovechados de toda circunstancia y de toda fortuna mal apropiada que se hacen los perseguidos, imbuidos en sus engañifas y sus poses hipócritas. No daré ejemplos. Están muy a la vista.

Por ellos, por los proscritos, también será indispensable la reconstrucción; con ellos habrá que contar, seguramente no con todos, en la medida que más se alarguen las circunstancias que impiden hasta ahora su retorno a nuestros andurriales. Mientras más tardemos en enderezar estas malas cargas, más se cimentarán estos refugiados en otras latitudes con otras costumbres que se irán haciendo cada vez más inmodificables. Pasado mucho tiempo, como va pasando, los habremos perdido a casi todos por siempre para nuestra conciudadanía. La gran mayoría son gente de bien que buscó un respiro. También por ellos se precisa apretar, acelerar, el tiempo de las indispensables transformaciones políticas y sociales. Para algunos, ese tiempo y sus afectaciones en la vida humana parece no contar. Pero cuenta. Cuanto cuenta.

William Anseume