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¿Han transitado por los alrededores de lo que fuera el palacio de Miraflores últimamente? La sede del Poder Ejecutivo y civil de Venezuela asemeja una fortaleza militar.

Pareciera que allí se resguardarán algo así como las ojivas nucleares de Sudamérica. Son varias cuadras de dantesca «toma», con saquitos de arena, personal uniformado, cuerdas de un grosor inverosímil. Y vaya usted a ver si puede vislumbrar cuanto artefacto de guerra más protege la casa desde donde debe despachar el servidor público de rango más elevado de la nación.

Como yo, algunos podrán recordar lo que significaba atravesar esas calles frente al palacio, a pie, o en vehículo. Había un cruce a la izquierda, en carro, que conducía justo al palacio blanco. El trafalgar diario solo era interrumpido si llegaba el presidente con su leve escolta motorizada. Del resto, uno iba a su escuela, a su liceo, a su universidad (así fue mi caso), sin ser molestado por trancas insólitas como las de hoy. No se puede circular frente a Miraflores ni por su alrededor.

Cuando Luis Herrera inauguraron la placita que está detrás, la llamaron Bicentenario. Hasta de solaz servía la zona en un aburrimiento dominical. Recorrer el Calvario, el arco de la Federación, Miraflores, la plaza O’Leary. Tomar un helado. Comerse un perro caliente. Pasando por allí como cualquier ciudadano recorre su ciudad. Viví pocos años en El Silencio. Vi sucesos difíciles desde el bloque: bombardeos, de bombas que rebotaban; golpes de Estado. El que fracasó de Chávez contra Carlos Andrés. Tiroteos frecuentes. Pero jamás sentí lo aprisionados que están ahora quienes laboran allí.

En días pasados debí atravesar desde la avenida Sucre hasta el centro y me lució increíble la protección que le tienen a la jaula de quien controla el poder. No es el lugar del helicóptero de entrada y salida. Debe ser el de los misiles tierra-aire. En nada se parece al sitio que se percibe en las «populares» cadenas, atiborrado de gente traída a juro a ver si se come un sanduchito regalado. Tal vez su única comida del día, luego del recorrido del bus que los suelta allí desde el Llano, o desde Los Andes, o desde el diezmado Zulia.

El terrorismo genera también terror para quien lo infunde. El terror de verse expuestos a cualquier intentona. Además de reafirmar la idea de las invasiones ficticias y la de los «magnicidios» prefabricados. Quieren dar la idea de que la sede del poder civil en Venezuela es inexpugnable. ¿Será verdad? Pronto deberá volver a ser un palacio de gobierno ciudadano y no el más severo cuartel de la República.

 

@WilliamAnseumeB