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Los regímenes antidemocráticos como el instalado en Venezuela, le han declarado la guerra a las democracias y como parte de su arsenal, han perfeccionado los métodos para la desestabilización de los países y así lograr debilitar sus democracias. Han estudiado las herramientas y fallas de las sociedades abiertas, tales como la libertad de expresión y la innovación tecnológica, para usarlas como armas contra las democracias. Estas guerras quizás sean menos perceptibles, pero no son menos reales; se libran en la esfera de las ideas y de los sentimientos, en el terreno de la opinión pública con el objetivo de imponer una versión distorsionada de la verdad. En este contexto, las narrativas, ejercen una gran influencia en el debate público, son instrumentos poderosos que se conectan con la emocionalidad de las personas, logrando inclusive llegar a tener más influencia, que los hechos objetivos.

Que Maduro y su régimen intenten falsear la verdad para imponer su narrativa, no debe ser motivo de sorpresas, pues su propósito es mantenerse en el poder indefinidamente a toda costa. Pero resulta imperdonable la frivolidad con la que algunos “defensores de la democracia” pretenden abordar el análisis del conflicto político venezolano, que ha forzado el desplazamiento de casi el 20% de la población nacional, quienes han salido a buscar refugio en otros países, le ha costado la vida a centenares de miles de venezolanos que murieron a consecuencia de las políticas de exterminio del régimen, bien sea por la inseguridad desbordada, por la falta de alimentos o de atención médica.

La trivialización ante hechos tan dramáticos o las verdades más terribles, a veces funciona como un mecanismo de autodefensa. Sin embargo, no puede tratarse con frivolidad la tragedia que arropa a millones de venezolanos dentro y fuera del país, que son consecuencia de las acciones deliberadas llevadas a cabo por un régimen colectivista, que persigue y limita el pensamiento crítico mientras suprime las libertades. Reconocer los efectos de esta grave realidad amerita le sea concedida la importancia que reviste, la cual no merece un tratamiento ligero e insustancial, porque termina por confundir o minar la confianza del ciudadano y estimula una actitud ante la vida caracterizada por el pensamiento banal, frágil, carente de ideas profundas y sin convicciones.

Optar por la frivolidad como estrategia de comunicación es un mal augurio. Puesto que la frivolidad excesiva implica un desprecio por la realidad y representa un problema, que muchas veces nos hace fijar la atención en los efectos sin valorar las causas. Esto dificulta el poder abordar asertivamente los problemas que enfrentamos, para darle solución. No puede frivolizarse el valor de la vida humana, de la libertad de pensamiento, el sufrimiento de un ser humano, ni la muerte. Y eso es precisamente lo que está sobre la mesa en Venezuela. Cierta dosis de frivolidad pudiera ser comprensible, y quizás sea necesaria para mantener la cordura y la distancia. Pero entendamos que la frivolidad está propiciando el caldo de cultivo en el que florecen la vanidad y la mediocridad.

Obviamente, Venezuela está atravesando por un desierto hostil, los ciudadanos están hartos de que les tomen el pelo y que luego pretendan hacerle creer algo que no es cierto. El país reclama un liderazgo político comprometido y confiable, que no renuncie a hacer lo que tantas veces ha prometido, y se comprometa con seriedad, sin ambigüedades o desviaciones con una ruta y plan que finalmente nos permita llegar a la tierra prometida. Y dejémoslo bien claro, otro circo electoral no nos acercará a la meta, por el contrario, solo servirá para elevar los niveles de frustración y desconfianza ciudadana. Mientras el territorio venezolano esté ocupado por las mafias que controlan el poder, no habrá gobernador o alcalde que pueda gobernar o hacer una gestión medianamente aceptable, creer lo contrario es un intento por evadir la realidad, una ligereza sin sustento alguno.

Ahora bien, cualquier venezolano tiene el derecho a cansarse y en algún momento abandonar los planes que tenía previsto realizar para lograr alguna cosa, lo que no puede pretender es recibir un premio por esa acción, porque quienes reciben un reconocimiento sin merecerlo, terminan creyéndose acreedores a la felicitación. Por ello, quizás algunos dirigentes políticos se limitan a hacer lo mínimo necesario, solo aparecen en tiempos electorales, se conforman con hacer poco o nada y sin embargo, exigen reconocimiento. Esto no podemos seguirlo tolerando.

La frivolidad política es un enemigo velado de la libertad, bajo la cual se anteponen proyectos personalistas, por encima del interés general, denota una devaluación del liderazgo político y la poca profundidad de sus planteamientos, pero la respuesta a las fallas de conducción política no puede ser suplida por el pensamiento frívolo que muchas veces lo vemos replicar en las redes sociales y que la mayoría de las veces persigue lograr un comportamiento de manada, para que las personas acepten como válidos los razonamientos o las ideas de supuestas mayorías sin analizar si son correctas desde un punto de vista lógico o racional. Una de las dificultades que enfrentamos los venezolanos para alcanzar la libertad es el peso de la opinión pública, cuanto daño le hace la frivolidad y la ausencia de reflexión a la lucha por la conquista de la libertad.

Como sociedad hemos desestimado tanto al mérito, que a muchos les da lo mismo llegar en primer lugar que en el último, por ello no se comprometen a fondo. Pero lo peor es que cuando premiamos igual al primero que al último, demeritamos a uno y frivolizamos su resultado. Así no vamos a lograr la victoria, porque una sociedad frívola carece de compromiso social y desprecia la política; no valora la importancia de la participación ciudadana, la defensa de los derechos humanos y no promueve ni defiende los valores virtuosos, ¿Qué tipo de sociedad puede surgir de allí?.

Estamos obligados a romper con la trivialización en la política que los medios de comunicación y redes sociales han contribuido a generar, pero también con la comodidad de la frivolidad y la apatía derivada de estas. Tenemos mucho trabajo por hacer, empecemos por enviar mensajes y señales alineados con la gravedad de nuestra situación, pero que también resalten las oportunidades que tenemos, de esta forma podremos contribuir en algo a recuperar la confianza ciudadana, tan necesaria para triunfar en esta gesta para conquistar la libertad.

@pgalvisve