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Muy confusa se percibe la situación política en Venezuela. Se impone cada vez más, desde el poder, el dividir para continuar controlándolo todo enunciado por Maquiavelo hace ya más de quinientos años. Entre intereses particulares, partidistas, económicos y de poder, se debate la problemática que en nada contribuye a superar las necesidades de la ciudadanía. La falta de coherencia en personas y agrupaciones políticas constituye la marca mayor, generalizada. Difícil de entender para la gran mayoría, con justa razón.

En México firman un histórico, pero bochornoso acuerdo de intención. Menos mal signado por un principio, según el cual nada se define hasta que esté todo establecido. Garantía de la nada. Sin embargo, el régimen, como siempre, ha salido a sacarle el máximo provecho divulgativo, denotando de los «opositores», una designación cada vez más carente de sentido en las circunstancias actuales. Con México, marcado nada menos que por «representantes» en su mayoría del partido Un Nuevo Tiempo o exintegrantes de esa tolda, ha salido más apaleada la «oposición» y Juan Guaidó que durante todo el periplo antes de llegar allá. Pero me detendré nuevamente a observar el «asunto» espinoso de la representatividad. Porque, como ha dicho bien María Corina Machado: quienes acudieron a México en busca de un acuerdo, no nos representan.

¿Quién eligió a esas personas para ejercer tan delicada actividad marcadora para los años venideros de la República? Nadie. Algunos son diputados. Pero en la asamblea no se les designó para ese propósito. Otros renunciaron a sus diputaciones, como es el caso de Stalin González. O sea, no pueden así ser representantes siquiera de la Asamblea Nacional legítima. Ah, algunos son representantes del ala de algunos partidos estropeados. Pudiera ser. Es el caso del presidente de un pedazo de Copei, el no expropiado ni «alacraneado», digo yo, Roberto Enríquez.

Está también el padre de un exrector del CNE nombrado por Maduro hace años. No del más reciente. Y hay algunos diputados, sí, de Primero Justicia y de Causa R. Luego el absurdo y repugnante documento del cual se podrá decir cuanto se quiera pero separa las partes con claridad entre gobierno y el grupito de «representantes» de fragmentos de partido, también hay un diputado adeco, del AD no de Bernabé sino del otro. Y está, como guinda de torta insípida, Gerardo Blyde.

Los objetivos del régimen: reconocimiento (este primer acuerdo se lo da), eliminación de sanciones (algunas se han levantado, como la del gas), aplastar a la oposición y llegar triunfantes a elecciones. Su objetivo mayor: permanecer indefinidamente en el poder. Esto se lo brindará tanto el posible acuerdo, como el levantamiento de sanciones y las «elecciones» de noviembre.

El objetivo de esos «opositores», algunos de muy dudosa procedencia y empastelados con negocios turbios previos y no sé si posteriores, allá no puede ser, por ser quienes son y a quienes representan, a mí no, ni a la mayoría de los venezolanos. No señor. Cargos. Elecciones donde puedan tener chance los suyos sin importar presos, perseguidos, inhabilitados ni preteridos. Sin importar siquiera que el cargo sea una denominación vacua. A sabiendas de que no los dejarán actuar si resultan favorecidos, ni ejercer nada.

Celebro que Roberto Enríquez haya podido salir de la embajada de Chile. Celebro que Freddy Guevara esté en casa así no sea libre aún. Celebro la libertad de todos los presos políticos que el régimen en su maquillaje del asunto deje en libertad. Sabemos lo de la puerta giratoria. Sabemos que esa libertad, como la de todos, así, aquí, es condicional. Sabemos que pueden volver cuando quieran sobre ellos y sobre otros. Si el acuerdo no conduce a la libertad, como creemos y casi a ciencia cierta sabemos, lo de México es paseo y propaganda. El CNE lo seleccionó una Asamblea de pacotilla. Por tanto es de pacotilla. Y las elecciones serán de pacotilla.

¿Qué podemos hacer? Caminar a la libertad o nada, seguir la lucha diaria contra el régimen y contra quienen se venden como «opositores». Somos mayoría.