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Debo iniciar advirtiendo que no soy un especialista en el tema, pero que me ha llamado la atención, al tiempo que debo continuar afirmando -sin entrar en rigurosidades- que el chavismo (y lo que se supone es su ideología, el “socialismo del siglo XXI”) ha construido un régimen autoritario que cada vez lo es más, transitando hacia niveles de menor libertad, así, ganó las elecciones en 1998 y fue convirtiendo al régimen político en un autoritarismo competitivo (valiéndose de las yo-no-se-cuantas elecciones hechas en yo-no-se-cuantos-años-de-revolución), que con el tiempo, a su vez, se fue haciendo cada vez menos competitivo hasta llegar a la tiranía constituyente que hoy tenemos.

Este proceso se ha debido a que el chavismo es un movimiento de vocación totalitaria, y como totalitario, pretende dominar todos los aspectos de la vida de las personas en Venezuela. El chavismo busca suprimir la categoría de ciudadanos (que representa la exigibilidad de Derechos que el Estado debe garantizar y el cumplimiento de deberes cívicos), así como diluir el significado de pueblo y hacerlo maleable y homogeneizante.

Para logar dominarnos a todos en todas las áreas, el chavismo necesita limitar nuestro horizonte cognitivo (Leáñez dixit), y dado que es a través de la lengua que pensamos, creamos conocimiento, decodificamos la información que viene del exterior y nos expresamos, el poder totalitario necesita deformarla, limitarla, vaciarla de sentido y llenarla con lo que mejor le parezca, al estilo de Humpty Dumpty en Alicia en el país de las Maravillas.

De esta manera vemos como, siguiendo el patrón de la novela “Himno”, que representa una sociedad en la que ya no existe la palabra “yo” al ser sustituida por un “nosotros”, en la que el individuo desaparece siendo sacrificado en pro de un colectivo abstracto, el chavismo canta a viva voz que cuando digo soy quiero decir somos: La disolución de la personalidad en una supuesta identidad colectiva que solo sirve para atacar a quien la contraría.

El vehículo predilecto, aunque no el único, de la neolengua oficial es la propaganda. Así, no existe una crisis humanitaria producto de las políticas del gobierno chavista, sino en una guerra económica cuya ofensiva se gesta desde las logias de las oligarquías criollas y mundiales contra Venezuela. Como es una guerra, hay que defenderse y contraatacar, el problema es que al ser ficticia, no existen responsables reales contra quien dirigirla, y se dirige entonces a cualquiera. Esta narrativa no soporta un análisis medianamente racional para desplomarse, pero la neolengua y la propaganda no necesitan argumentos, porque no están hechas para que la gente piense, sino para que deje de hacerlo (y si a eso le sumamos horas bajo el sol en una cola por comida, la tarea se facilita).

Parte del proceso de la neolengua consiste en crear nuevos términos (¿les suena el crimental de 1984?): así, hemos visto como a los revendedores de productos escasos los llaman bachaqueros, animalizándolos haciendo un símil de su actividad con la de los bachacos, lo que los convierte en enemigos a destruir (o aplstar, como con los bachacos reales) dentro de la narrativa de la guerra económica, sin asumir que los revendedores son efecto de los controles de precios impuestos hace varios años.

Otro aspecto interesante de la neolengua chavista es el manto “incluyente” que se le da a los discursos que destruyen el castellano de una manera grotesca. Me refiero al uso del femenino innecesario, de los electores y las electoras, de los médicos y las médicas, de los millones y las millonas.

Por último, los venezolanos nos enfrentamos a un espacio público abyecto, lleno de insultos, improperios y lenguaje soez, que apalanca la reducción del léxico y complementa el papel de la neolengua. Dice Leáñez que lo peculiar de esta táctica es que impide la “constitución de un contradiscurso” (p. 21. 2014), dado que quien disiente se ve altamente forzado a responder con insultos, maldiciones, contra-consignas y, en el peor de los casos, asumir con dignidad el insulto y hacerlo ver como un valor (Yo sí soy majunche, ¿y qué?).

Ahora, frente a todo este escenario, ¿qué hacer? Es nuestro deber como ciudadanos que apreciamos la libertad y la democracia luchar contra la opresión, y eso incluye la opresión lingüística. Debemos insurgir, incluso en nuestro vocabulario, haciendo uso de las palabras correctas y no de las “inofensivas” palabras creadas por el chavismo, elevando el nivel del discurso, al tiempo de exigirles a todos quienes pretenden representarnos hacer lo propio, que respondan ataques con firmeza pero sin procacidad y, siguiendo nuevamente a Leáñez, que dirijan sus discursos no solo a las vísceras y corazón, sino también (y sobre todo) a la mente de los ciudadanos, invitándolos a la reflexión y la crítica.

@EliasTovarD