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Esperé unos cuantos días. Aun cuando oficialmente el inicio del año escolar para el periodo 2018-19 fue el 17 de septiembre, no fue hasta el primero de octubre que el grueso de los centros educativos estuvieron al fin operativos, y aún no he visto el primer niñito uniformado.

Parece una liviandad, un detalle para pasar desapercibido, una simple apreciación cualitativa. Pero es que los números no me gustan, en este caso no, demasiadas mentiras escondidas detrás de números que nadie puede certificar, no quiero que me mientan a la cara al decir que 7.3 millones de estudiantes se reincorporaron a clases, que la matrícula estudiantil aumentó un 7 %, millones. Como les encanta hablar de millones, obsesionados con la semiología de la palabra que en el subconsciente genera la sensación de inmensidad, lo hacen. Tan obsesionados están, que alguna vez dijeron “millones y millonas” y hasta el subrayado del corrector se escandaliza. No me hablen de percepciones, que mis ojos no mienten. Con caminar la ciudad, y la camino bastante, percepciones sobran.

Hasta hace un par de años, y en algunos sitios hasta apenas el pasado año, resultaba común del paisaje urbano las paradas de autobuses atiborradas de estudiantes uniformados, quedan en el anecdotario común las peleas entre estos y los colectores de las unidades por puesto, por el medio pasaje. Resultaba común verlos atravesar en tropelías las avenidas interrumpiendo el tráfico y aún cuando ambas situaciones no eran lo correcto, hoy la tragedia humanitaria nos obliga a recrearlas con nostalgias. Era común evitar transitar las calles y avenidas donde se encuentran escuelas, liceos, institutos tecnológicos en las horas concordantes a ingresos y salidas.

Toda la dinámica de la ciudad cambiaba ese día, la ciudad despertaba más temprano, el corneteo de los carros le agregaba bullicio al bullicio, gentes por doquier, pero lo mejor era la sensación de futuro.

Las aulas vacías, secciones que se unifican, salones donde tres grupos diferentes comparten un mismo espacio, el abandono de la escolaridad es como el abandono de los espacios donde crece el gamelote, mientras otra generación de venezolanos se pierde para siempre. Los millones son en verdad desplazados, y no me refiero a los que migran nada más, desplazados son también aquellos que no tienen la oportunidad de progresar, condenados a la miseria por una dictadura miserable.

 

@RaefZibaqui