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Últimamente hemos visto como se ha posicionado en la opinión pública el tema de la dignidad. La dignidad, para empezar, es inherente al ser humano, es lo que hace que cada quien se asuma -y sea asumido- como persona, sin permitir humillaciones y abusos.

Sin embargo, es fácil encontrar en esa opinión pública a unos cuantos “influenciadores” que se burlan de la dignidad, la subestiman y hasta la ridiculizan, ignorando que, cuando lo hacen, quienes en realidad dejan de ser dignos son ellos. Eso ha permitido que, en una sociedad como la nuestra, con una profunda crisis moral, la política pragmática sin anclaje en valores y principios reine frente a la política de lo correcto y lo justo. Dicho de otro modo, quienes se burlan de la dignidad son los que apuestan a la política vacía, a la política sin profundidad, pero con muchos beneficios para quienes la practican.

Además, esto tiene implícita la noción de impunidad, porque automáticamente se pretende exculpar de responsabilidad a políticos de lado y lado que, con todo el descaro, cometen desastres, destruyen lo poco que queda de país y evitan los reclamos y hasta los estigmatizan, como si su tarea no fuera la de rendir cuentas.

Mucho se ha dicho sobre lo que enfrentamos: es un régimen criminal, con prácticas perversas que han permeado en muchísimos sectores del país. Aquellos que vacilen en el propósito de combatir a ese régimen, que prefieran lavarle la cara, que prefieran mejorar la condición de cautiverio, pero no la libertad, son indignos. Y lo son porque la valentía y la firmeza para oponerse de verdad a lo que ese régimen hace, para enfrentarlo con gallardía y para no ceder en patéticos chantajes como el de “o dialogamos o nos matamos”, son sólo para aquellos que de verdad quieren salir del régimen y no pretenden un cambio cosmético.

Algunos prefieren la cobardía y la evasión, porque es más fácil huir y no asumir los costos y los riesgos que implica la dignidad. Ser digno tiene que ver con desafiar y defender contundentemente una causa inherente a la persona, creyendo en principios y asumiendo que se hace lo verdaderamente correcto. Aquellos que le sonríen al régimen, esperando que el caimán se los coma de últimos o creyendo que “hacer política” es sentarse con quien ha pisoteado la dignidad humana desde el primer día, son indignos, porque prefieren una política de convivencia con el verdugo, para evitar castigos –que igual llegan-, antes que acabar con el sistema; y del sistema, ellos también son parte.

Preocúpese cuando lea a eruditos burlándose de la dignidad: ni la entienden ni la defienden; al contrario, favorecen al régimen que busca acabarla. Cuando la política se basa en el pragmatismo vacío, en el chanchullo y en el oportunismo, por supuesto que la dignidad no es importante, porque más bien es un freno para el beneficio de esos actores que la practican. A eso tenemos que oponernos, porque un cheque o un arreglo no pueden valer más que la coherencia, los valores y la política distinta y efectiva, aunque suene idealista. Ser dignos significa hacer lo correcto, asumiendo los riesgos de decir la verdad.

Aquellos que hablan de que con la dignidad no se come ni se resuelven los problemas, olvidan que, sin dignidad, no hay vida. Prefieren a un país que muere lentamente, antes que asumir su rol y su responsabilidad.

Sí, es un asunto de dignidad.

Twitter: @Urruchurtu