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Hace pocas semanas se cumplieron oficialmente 20 años del chavismo en el poder, y las cifras que pueden resumir este período que ellos llaman de ‘construcción del socialismo’ son realmente reveladoras: inflación, muertes, escasez, persecución o migración, por hablar sólo de algunas áreas.
Quienes hoy ejercen de facto el poder en Venezuela, nos amenazaron durante años con la formación de un hombre nuevo, uno que representara fielmente los anti-valores que enarbola el chavismo, y para lograrlo debían acabar con la identidad de cada venezolano como ciudadano.
Son incontables los casos de corrupción y desidia que desnudan la naturaleza de este régimen, uno de ellos fue un emblema ciudadano durante muchos años: el Metro de Caracas. Hoy, sus instalaciones se encuentran destruidas, prestando servicio en un absoluto colapso, con cada vez más unidades dañadas y sin posibilidades de recuperarlas, sin que puedan siquiera cobrar el importe del boleto porque no pueden cancelar la deuda con la empresa que se los proveen y con frases escritas en las ventanillas de las casetas: “Venezuela quiere paz”. Pero eso no es lo único que ha cambiado dentro de este sistema de transporte; hace apenas 2 años la Policía Nacional detenía a quien tomara fotos dentro de las estaciones para reportar fallas en el servicio, pero hoy, a cualquier hora del día y en cualquier estación -al este o al oeste de la ciudad-, ante cualquier inconformidad por la situación del país se deja escuchar un grito de guerra, la mitad de una frase que describe la irrupción de la Libertad que durante tantos años nos han restringido, una palabra que merece la más sincera y enérgica respuesta de los demás usuarios del sistema, un apellido que incluso el presidente encargado de la República evita mencionar para que la multitud no responda, el de uno de los responsables de la mayor crisis que haya conocido nuestro país.
A pesar de las amenazas de los principales cabecillas del régimen, que insisten en que la revolución es ‘pacífica, pero armada’, y de los hechos recientes de la represión perpetrada por convictos y cubanos que, usando los uniformes y armas de la República, asesinan a los ciudadanos que alzan su voz, no han logrado apagar la permanente protesta, no han logrado erradicar la demanda de libertad que hoy se escucha en cada rincón del país y que es acompañada por la comunidad internacional que intenta por cada flanco ayudarnos a derribar los pilares que aún sostienen al régimen.
Hoy, los venezolanos confiamos en nuestros legítimos representantes en la Asamblea Nacional, acompañamos la ruta que han marcado y al mismo tiempo demandamos su acción firme y coherente, ya no reconocemos a las instituciones de un Estado al servicio del crimen y la mafia, y lo que es más importante: ya no le tememos a sus amenazas. Hoy hemos convertido la indignación en cada vez más acción y hemos alcanzado el punto de quiebre por el cual hemos luchado durante tanto tiempo; ese en el cual el sufrimiento y la lucha de un ciudadano en el Táchira es el sufrimiento y la lucha de un pemón en Bolívar, hoy todos clamamos por lo mismo: Libertad, y lo hacemos con la convicción de avanzar, pero sabiendo que no podemos solos, es tiempo de que cada ciudadano -investido o no de autoridad- se ponga al servicio de esta causa, y desde cada espacio haga lo necesario para lograr la salida del régimen del poder.