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Demasiado revuelo por estos días, una reunión en el Pentágono, confirmada por el Comando Sur, disparó las alarmas en muchos. La percepción de que la posibilidad de ir a la guerra es algo real genera el miedo en muchos por estos predios. Las declaraciones de Pompeo, Rubio, Scott, Pence, y del mismísimo Presidente Donald Trump, parecen en muchos casos coincidir, en otros no tanto; a veces hasta parecen contradecirse. Evidentemente luce como algo casual, es poco probable que sea realmente articulado, como esa vieja práctica policial en la que, cuando se detiene a un sospechoso, en el procedimiento de interrogatorio, uno de los oficiales suele ser alguien calmado, paciente, gentil,  y el otro es inquieto, impaciente, violento. Pero aun siendo algo casual, quienes estamos desde este lado parecemos escuchar sólo lo que queremos realmente escuchar y aun cuando escuchamos algo diferente, buscamos en la interpretación el bálsamo de nuestras esperanzas.

Entendamos verdades objetivas. Guerra no convencional, guerra asimétrica, guerra de cuarta generación. Eso usted lo ha escuchado durante veinte años, esa narrativa, pregúntese usted mismo ¿Dónde la escuchó? ¿A quién se la escuchó? Es obvio que le han declarado la guerra al país, ellos perciben su “revolución” con una trascendencia  que supera la existencia del propio país. El país se puede morir, pero la revolución no. Y con ese criterio de justicia revolucionaria han practicado el concepto militar de tierra arrasada, y desde esa óptica son inocentes de cualquier delito. El oro, el coltán, el petróleo, no son venezolanos; son de la revolución. Ellos lo perciben ciegamente así y no de otro modo. Para ellos, usted, el venezolano decente, honesto y trabajador, sobra.

Convertidos en una estructura criminal, como lo que realmente es, sería ingenuo pensar que le entregarán las riquezas naturales a la Venezuela decente. Esto no es política, es guerra. Ya estamos en guerra, la solicitud de una cooperación militar, que es legal a través de la convocatoria del artículo 187 numeral 11 de la Constitución nacional. No es otra cosa que establecer una alianza para poder ganar la guerra. De hecho, estamos en ese limbo donde uno no puede derrotar al otro y viceversa. Y así se han pasado los años, como han ocurrido en otras guerras, y con los años, los muertos. Es fácil esa ecuación.

Estamos en un punto en que la suma de los esfuerzos se aproximan a un quiebre definitivo, sin llegar a producirlo; una amenaza a modo de ultimátum, con fecha definitiva sería suficiente para que sus mismos lugartenientes entreguen a sus cabecillas.

Antes de temerle a los tambores de guerra que suenan desde el extranjero, preocúpese de los tambores de guerra que tienen veinte años sonando en nuestra propia casa. Quizás ganar la guerra no termine resultando tan difícil, quizás se gane sin disparar un tiro, quizás se gane la guerra sin tener un solo soldado, ya eso ha pasado en Venezuela. Eso ya lo hizo nuestro general en jefe José Antonio Páez en la batalla de las ánimas.