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Me he estado preguntado en estas últimas semanas el porqué de la reacción de una parte de los venezolanos, cuando se le hace una crítica al presidente Guaidó, sobre todo cuando uno siente que las cosas no van bien en su desempeño político. Las reacciones para los que osen criticarlo, se miden en los siguientes adjetivos: «divisionista, guerrero del teclado, extremista, y hasta nazi». Pero ¿qué subyace en esas reacciones de los seguidores de un líder ante la más mínima crítica? En realidad, uno debe irse hacia un tipo de conducta que lamentablemente hemos heredado de los españoles, y que no es otra cosa que el “mesianismo”, y posteriormente con la llegada de la Independencia, el caudillismo.

Esa forma de liderato que en gran medida ha tenido una gran influencia en América Latina ha servido de plataforma para los movimientos populistas revolucionarios de izquierda, para crear sus propios mesías. El caso más relevante es, sin dudas, el de Fidel Castro en Cuba, que, para lograr imponer su régimen totalitario, debió crear una guerrilla y enfrentar primero con las armas al régimen de Fulgencio Batista en 1959. Es claro que la Revolución Cubana era una cabeza de playa del ideario Comunista Soviético en esta parte América, y para que la franquicia pudiera crecer, era necesario que los rusos tuviesen que suministrar muchas armas y dinero para ir sembrando en nuestro continente movimientos expresados en guerrillas tanto en la selva, como en ciudades.

Durante gran parte del período de la Guerra Fría hasta 1989, el esfuerzo de los Castro fue tratar de derrocar dictaduras y gobiernos democráticos a través de la vía armada mediante las guerrillas. Tristes recuerdos me vienen a la cabeza, de la época de los años 80, con el Frente Farabundo Martí en el Salvador, y el Frente Sandinista en Nicaragua. Hasta el día de hoy, en Colombia aún se mantienen operativas en su territorio las FARC y al ELN, aunque ya no con objetivos ideológicos, sino más bien crematísticos al servicio de los carteles de la droga en la propia Colombia y en México.

Pero todo cambió a medida de ensayo cuando en 1970 por primera vez en América Latina, un candidato socialista marxista llega al poder, Salvador Allende, ganando las elecciones a través de la coalición de izquierda denominada Unidad Popular. Lo que pasó en Chile posteriormente fue una película rápida de lo que años después sucedería en Venezuela con Chávez, solo que allá no dio tiempo de consolidarse debido al Golpe de Estado ocurrido el 11 de septiembre de 1973 que le propiciara su Ministro de Defensa, el Gral. Augusto Pinochet, y el suicidio del propio Allende en el Palacio de la Moneda.

Con la sustitución de las dictaduras de corte nacionalista en América Latina, por gobiernos electos democráticamente, los Castros cambiaron de estrategia. Es así como en 1992 con los dos intentos de golpe de estado contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez, se infiltra dentro de los militares rebeldes, simpatizantes hacia la causa castro comunista, y es allí donde surge Hugo Chávez Frías, primero como golpista, y luego lanzado como candidato presidencial en 1998, donde obtiene la victoria.

De allí adelante, el Castrismo se da cuenta que, en vez de utilizar las armas para conquistar el poder a través de los votos, era más efectivo lanzar candidatos en cualquier elección, ya sea presidencial, regional o municipal. Con Chávez en el poder y con un aumento desmesurado de los precios del petróleo, los Castros amplia el radio de acción utilizando el dinero venezolano, financiando candidaturas en diferentes países en América Latina. Lula Da Silva y Dilma Russeft en Brasil, Correa en Ecuador, Cristina Fernández en Argentina, y así sucesivamente. Crean organismos multilaterales para protegerse, como el Foro de Sao Paulo, MERCOSUR y el Alba. Fomentan sistemas de información y propaganda como Telesur, al servicio de los gobiernos de izquierda en la región.

Con todo el dinero venezolano bajo su control, el Castrismo primero con Chávez y luego con Maduro, a lo interno como toda tiranía perfecciona su forma de control social, apoderándose poco a poco de las empresas de producción de alimentos, de la Fuerza Armada, y posteriormente de todo el aparataje de represión, a través de las policías y de la Guardia Nacional.

Pero faltaba algo, en pleno Siglo XXI para que una tiranía pueda mantenerse en el poder el mayor tiempo posible no basta con cambiar la constitución a su favor, ni siquiera tener el control del árbitro electoral. Para mantener un ropaje democrático ante el mundo, a parte del control del poder electoral con la manipulación de los resultados, hace falta contar con una «Oposición a su Medida». Para ello, es necesario comprarla, teniendo a sus principales líderes simulando elecciones cada cierto tiempo, repartiéndose gobernaciones, alcaldías, contratos, etc. Se logra así una simbiosis perfecta entre los tiranos y falsos opositores.

Pero existe un problema: en un sistema de mafias, el menos beneficiado es el ciudadano. Porque todos los recursos públicos, gracias a la corrupción van a parar a sus bolsillos. Las migajas de los programas sociales tales como el Clap, se utilizó como forma de lavar dinero sucio producto de negocios ilegales. Esa forma de corrupción propia al mejor estilo cubano, tiene como objetivo una sola cosa: el totalitarismo. Preservar el poder de forma infinita.

Pero entendamos que para hacerlo, debe tener una «Oposición Controlada», y para ello debes comprarla, y la única forma de salir de ella es quebrando el sistema de raíz. El no hacerlo conllevaría al nuevo gobierno democrático que venga y que desea en verdad poner las cosas en orden, perder el poder en poco tiempo frente al anterior populismo totalitario en muy poco tiempo, y para quedarse. ¡Cuidado!

Jorge García Rangel.

Coordinador de Formación de Cuadros.

Vente Barinas.