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“Estar genéricamente en contra de los mercados sería casi tan raro como estar genéricamente en contra de las conversaciones entre los individuos” Amartya Sen, Premio Nobel de Economía 1998

Con esta lapidaria frase, se resalta el absurdo de estar en contra del libre intercambio de bienes entre particulares, ya que prácticamente sería igual a estar en contra del libre intercambio de palabras, por muy injustas que estas puedan parecer; estar en contra del libre intercambio de bienes significa estar a favor de la aplicación de controles que lo regulen, lo que sin duda atenta contra la libertad de los agentes económicos. La libertad económica, en la que los agentes económicos, productores y consumidores, se asocian libremente para satisfacer sus necesidades, es la fuente generadora de producción, de riqueza, de crecimiento económico, condición indispensable para alcanzar el desarrollo.

Amartya Sen, define al Desarrollo Económico como “un proceso de expansión de las libertades reales de que disfrutan los individuos”; y es que el desarrollo está íntimamente ligado a la calidad de vida de la que gozan los ciudadanos, y la calidad de vida está ligada a la felicidad de los mismos, y nadie puede ser feliz si no es libre.

La libertad individual debe defenderse en todas sus formas, en lo social, porque cada quién debe ser libre de decidir la forma en que desea ser feliz sin perjudicar a los demás, en lo político, porque todos debemos ser libres de opinar, participar, elegir y cambiar la forma en que es manejado nuestro país y los recursos públicos que le otorgamos al Estado, y sobre todo en lo económico, ya que los ciudadanos deben ser libres a la hora de realizar las transacciones que los beneficien, con precios establecidos de la manera más justa y democrática posible, no arbitrariamente por el Estado, sino por el mercado, lo que beneficiará tanto al que ofrece el bien o servicio como para el que lo necesita, y así se seguirá generando producción, riqueza y se satisfarán óptimamente las necesidades de la población.

La intervención excesiva del Estado en la economía es inversamente proporcional al bienestar de la población, y paradójicamente esa es la excusa de su intervencionismo. Cuando el Estado se considera más inteligente y capaz que toda la población para organizar y desarrollar la economía, y más apto que cada ciudadano para satisfacer de manera eficaz sus necesidades propias, los factores productivos terminarán empleándose de la manera más ineficiente posible, la productividad se irá a pique, y el bienestar social que se buscaba, el de abundancia, pleno empleo, niveles ínfimos de pobreza y evidente felicidad colectiva, será cada vez más lejano.

La libertad económica, con una responsable y limitada acción fiscal por parte del Estado para garantizar la provisión de bienes públicos destinados a mejorar la calidad de vida de los ciudadanos y el desempeño económico, es la mezcla perfecta para alcanzar el crecimiento económico, con condiciones propicias para la necesaria disminución de los niveles de pobreza,  pero deberán garantizarse el resto de libertades para que esto se traduzca en desarrollo.

La libertad individual es el camino, el desarrollo el destino, y el crecimiento sostenido de la economía el compañero inseparable en todo el viaje.