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De aquellos años en la universidad que recuerdo con cariño hay un concepto me quedo bastante claro y aun me acompaña: el término de justicia, que viene de iustitia. El jurista Ulpiano la definió así:

Iustitia est constans et perpetua voluntas ius suum cuique tribuendi; «La justicia es la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno su derecho». Los preceptos o mandatos del derecho son: honeste vivere, alterum non laedere et suum quique tribuere («Vivir honestamente, no hacer daño a nadie y dar a cada uno lo que le corresponde»), desde esos días que se cree con poca certeza que a este jurista algunos lo sitúan por el año 228 de nuestra era en Roma, desarrollo o acuño este concepto, maravilloso por demás,  y el cual engloba ese valor para todos los ciudadanos, abarcando a los mismos en igual condición,  creando para las futuras generaciones un orden y un ideal por perseguir con el anhelo de alcanzar.

Ahora, como ya dije, después de años de carrera, algunos libros leídos y muchas horas de litigio en los ya burocráticos, con poca luz, a veces sin alma tribunales de la República, con unas alegrías y otras decepciones, aparecen Justicias con Apellidos, no sé de quién son hijas, ni cuántas hermanas son, ni nadie ha reclamado su paternidad.

Las circunstancias me llevaron a defender a efectivos militares y me encontré con la que tal vez sea la acepción más deforme de ese hermoso valor, la cuadrada, restrictiva y  uniformada de verde oliva, la justicia militar, esta es bochornosa porque en ese recinto donde según se administrara justicia, el único brillo que se encuentra es el de los soles en los hombros de los juzgadores.

La “Justicia Militar” comienza con un fallo enorme desde su génesis, sectoriza una porción de la ciudadanía, juzgará a los militares que incurran en faltas y delitos cometidos dentro de instalaciones militares, no me detendré en la aberración que en nuestra Venezuela revolucionaria se ha venido cometiendo, como juzgar civiles en la jurisdicción militar, contraviniendo principios y postulados del Derecho, como lo es ser juzgado por el juez natural; pero sí quiero dejar plasmado acá la desagradable ocasión en la que un juez, con sus lustradas botas de campaña, me dijo que él se debía al uniforme y que esperaría las ordenes de su General.

Por allí viene sonando la Justicia Transicional, esta tiene un ámbito temporal, resulta que es la justicia para un momento histórico, del paso de las Dictaduras a la Democracia o de un conflicto armado a la paz, es decir, no perdura en el tiempo, una vez conseguido el fin, como es garantizar los derechos de las víctimas a la verdad, reparación de los daños causados y garantía de no repetición; tiende a desaparecer. Esta justicia no es muy popular entre las víctimas porque se asocia a la impunidad y a un trato menos severo  para con los victimarios a cambio de sus aportes a la investigación.

Quienes vemos a la justicia transicional como la que ayuda al sistema de justicia convencional, al verse desbordado por la cantidad de violaciones y mientras se depuran los tribunales que una vez fueron complacientes con quienes dictaban las ordenes y se fortalecen las nacientes instituciones del Estado, le encontramos su utilidad.

La justicia social se corresponde con la «justicia distributiva», concepto Aristotélico y tomada por las sociedades modernas. Utilizada por los políticos para manipular (los politólogos prefieren utilizar el término persuadir) a las masas, con la idea utópica de la igualdad social, la igualdad de oportunidades, el Estado de bienestar y la redistribución de las riquezas. Es la justicia que responde a cálculos políticos bien llevados en la narrativa para la captación de adeptos y simpatizantes.

Es tan armoniosa a los oídos la justicia social, que toma a incautos que salen a respaldar, un sistema de gobierno que podrá saber repartir dinero, pero que no sabe producirlo, sin detenerse a pensar que eso que hoy les regalan se lo están quitando a otro y tarde o temprano no habrá de donde sacar más y la miseria es la única que será distribuida de manera igual. He llegado a pensar que es un deseo mezquino de procurarse un beneficio que luego se convertirá en nada.

Para terminar, les traigo la justicia divina, esta es la preferida de mi mamá, de la que se supone nadie se escapará y que a todos nos llegará. Si hay algo que el ser humano no ha podido comprender nunca del todo es el mundo divino, es decir, de los dioses o del dios en el que se crea, eso que está por encima de nosotros, que no sabemos explicar. Así, a lo largo de la historia de la Humanidad, se han aplicado sobre ese espacio celestial un sinfín de propiedades, adoración de deidades, hechos y mitos que han servido para explicar todo aquello que, como seres humanos, finitos, nos resultaba imposible de entender. Uno de los conceptos más interesantes en este sentido es el de la justicia divina, una ley, no escrita que pertenece al plano de acción y reacción que forma parte de la encarnación, y según esa ley, quien siembra amor cosecha amor y quien siembre perversidad, no cosecharán más que desgracias.

Yo soy más terrenal, sin obviar las creencias que me inculcaron en casa. Prefiero quedarme con aquella idea de nuestro Libertador: “Es difícil ser justo con quien nos ha ofendido”.

Mi intención era dejar claro que todo apellido que acompañe a la justicia, la desdibuja, la hace maleable, la deforma por la sencilla razón que la hace un valor que atiende al interés de algunos pocos para el momento que la use, luego la desecha o se aprovecha de ella. Mancilla ese hermoso concepto que nos dejó Domicio Ulpiano y que aprendí en clase de Derecho Romano. El concepto que nos entregó el jurista es amplio, humano, democrático, no se perdió, trascendió en el tiempo.

 

Luis Eduardo Villegas

Coord. Formación de Vente Aragua