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El socialismo, uno de los sistemas ideológicos más sanguinarios ideados alguna vez por la humanidad, es realmente un insulto. Más allá de las evidentes fallas económicas que representa, fundamentadas en crímenes cometidos contra cualquier lógica de mercado, es realmente un insulto; una estafa intelectual que reposa sobre un análisis que nada tiene de científico y que busca de forma descarada justificar la aplicación de la violencia más enfermiza; o como el mismo Karl Marx señaló: acción despótica sobre la propiedad y el régimen de producción.

Ya hace muchos años que Menger desenmascaró la falsedad de la teoría del valor-trabajo, un andamiaje teórico que ha sido descrito como una estafa intelectual por diversos autores, y más aún, su odiosidad justificada bajo la lucha de clases ha sido demostrada como la pura envidia más profunda, el pecado original que mejor pone en evidencia lo que mueve las ambiciones de los socialistas/comunistas… todos colectivistas.

Halando un poco la cuerda de las intenciones, uno puede llegar al extremo analizando el detalle que mueve todo el sistema teórico de esta perversa doctrina: el insulto. Los sobrevivientes de este horror, saben que, aunque el hambre y la necesidad son los comunes más físicamente dolorosos, es el insulto al que está atado el que genera mayor dolor. Es la deshumanización de un grupo externo: “burgueses”, homosexuales (como lo hizo el Ché Guevara), judíos, empresarios, periodistas sin censura, ciudadanos con el derecho a disentir, practicantes de cualquier religión… Esa parasitaria violencia que mueve al sujeto revolucionario ha tenido enemigos de todos los matices, atacando siempre a la minoría más pequeña que existe: el individuo.

Escudados bajo la mentira de que es el único medio en que los trabajadores pueden mejorar su situación, reniegan del potencial humano para innovar y crear. Ocultan la pesada realidad de aquellos que son capaces de producir y tener el coraje de afrontar la responsabilidad sobre sus propias vidas con determinación.

Proyectar la mirada sobre la estructura interna de un campo de concentración nacionalsocialista (nazi), nos revela lo que sería justamente la sociedad socialista en su máxima expresión. ¿No es eso el: cada quién según su capacidad, para cada cual según su necesidad?Son ellos los que fijaron las “capacidades” y “necesidades” de cada individuo, arrebatándoles toda propiedad, libertad y derecho a vivir… La capacidad era —cuando mucho— seis meses de vida por la explotación de trabajos forzados; y la necesidad era apenas una hogaza de pan, un trozo de patatas (esporádicamente) para mantenerlos inhumanamente vivos. Todo esto por “el colectivo”, ninguno de esos judíos enemigos del régimen nazi era propietario de lo que hacía, nadie tenía derecho a vender sus esfuerzos en genuina competencia, tal como ellos voluntariamente hubiesen decidido. Ninguno de los homosexuales explotados por los Castro tuvo el derecho a ser respetados. Ningún productor expropiado ha sido valorado en su dignidad como ser humano.

No hay que irse entonces muy lejos: lo más parecido al socialismo plenamente aplicado, es un campo de concentración.

Los más avezados defensores del socialismo, deberían, realmente, escuchar los relatos de lo que ocurre en un régimen tan tiránico como lo es el socialismo. Sentir los relatos de las víctimas de un sistema que no reconoce la propiedad de nadie, ni ve al ser humano como un fin en sí mismo. Deberían, como —cierta vez leí— dejar hablar a las tumbas. Dejar que les cuenten lo que significa realmente vivir en un sistema así, lo que significa morir así; lo que significa andar muerto, y aún seguir vivo.

Es por ello que cito a Viktor Frankl, el brillante psiquiatra que vivió el horror de los campos de concentración, aquel que lamentaba la irracionalidad e injusticia crónicas de esa estructura; que dejaba al ser humano con la única propiedad de su miserable existencia desnuda:

«Influido por un entorno que no reconocía el valor de la vida y la dignidad humanas, que había desposeído al hombre de su voluntad y le había convertido en objeto de exterminio (no sin utilizarle antes al máximo y extraerle hasta el último gramo de sus recursos físicos) el yo personal acababa perdiendo sus principios morales. Si, en un último esfuerzo por mantener la propia estima, el prisionero de un campo de concentración no luchaba contra ello, terminaba por perder el sentimiento de su propia individualidad, de ser pensante, con una libertad interior y un valor personal. Acababa por considerarse sólo una parte de la masa de gente: su existencia se rebajaba al nivel de la vida animal. Transportaban a los hombres en manadas, unas veces a un sitio y otras a otro; unas veces juntos y otras por separado, como un rebaño de ovejas sin voluntad ni pensamiento propios.»

No alcanzará ninguna mentira socialista para cubrir la realidad de la evidencia histórica. Y por más que se esfuercen en ocultar ese presente y pasado, los que confiamos en el desarrollo humano y el estímulo del potencial del individuo, jamás callaremos. Es momento de romper el insulto a la dignidad que significa el socialismo. Siempre es buen instante el que se toma por hacer que aquellos que cayeron víctimas de la barbarie, no caigan en el olvido.

Un elogio a la humanidad es apostar a su libertad, y los frutos que ella rinde están en todas partes: sólo hay que ver el paso vencedor de la luz frente a las sombras.

Sábado 14/09/2019

Henry Nadales Gil.

@henrynadales