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Todo cambió, para siempre. Tengo horas intentando cómo hacer para quitarle la virginidad a estas hojas en blancos, días en que mi computador no había despertado para acompañarme en esta incómoda e insolente convulsión de ideas. Jamás pensé que viviría una guerra, nunca, pero nunca imaginé que sería así, tan melancólica, tan llena de casa, tan contagiosa.

He escuchado en las noticias que ya van casi 16.000 muertos, lo sé, aún son pocos, pues todos sabemos que ha comenzado, y tenemos miedo de morir asfixiados, aislados, sin despedidas, es que no queremos irnos así, tan cobarde, tan Oriental. También escuché que las calles están solas, que ya nadie asoma sus narices para observar al menos el sadismo que traen consigo las guerras. Todos ya empezamos a sentir ese frío tan irreverente en esta época de calor y devoción, es el frio de esta guerra.

He notado que mis padres no dicen nada, están muy callados, con miradas desconfiadas, es como si supieran algo muy penoso. La mirada de mi padre ha estado perdida, parece que no está en casa aunque siento su aroma, creo que su mente esta allá afuera, solo espero que pueda regresar a casa luego de acabar todo esto. Mi madre, por su parte la he notado cansada, pero con aires de costumbre, es la primera en levantarse, aunque la siento dormida. Sé que ella está escapando de la realidad, y es que siempre le ha costado respirar y esto la acabaría. Tiene terror, su tono me lo confiesa.

No he dejado de oír con atención las voces del régimen, cada vez que salen de forma magistral congelan la ciudad, se paraliza todo aún más, nada es flexible, todos escuchamos como si obedeciéramos. Tenemos el terror vigilando la puerta aún con más ganas. Hay muchos camiones y transportes militares limpiando las calles, no sé qué recogen, que intentan que olvidemos, si las huellas del totalitarismo son para siempre. Te perfuman la humanidad y hacen de tu voz una más grave, a veces con muchos quiebres. Cuando vives en totalitarismo el tono cambia para siempre.

Ya han comentado que las avenidas no serán iguales, que el mundo volverá a tener que levantarse una vez más. Por eso he escrito estas líneas, no se quienes estemos en la postguerra, quienes queden dibujando el poema de la asfixia, pero pretendo colaborar pase lo que pase, este o no en cuerpo presente.

Se han dejado colar testimonios de los familiares de los que están al frente de esta guerra rara, a una que le falta humo, esta que le sobra ruido. Los parientes han testificado que los escuchan llegar en ocasiones, pero no lo hacen cuando se van, no hay despedidas. Relatan que no pueden verse, que deben desinfectarse la piel, que es un trato inquebrantable con o sin bata, que son ellos los llamados esta vez a combatir. Es que todo cambió, para siempre.

Me llamo Justo Navarro, nací en Venezuela, soy periodista y llevo años luchando contra un régimen criminal, distinguido por sus fuerzas oscuras, y esta vez me toca escribir en una guerra que nadie declara, pero que todos sentimos. En totalitarismo te cambia la voz, y en las guerras te habita un frio. Es la guerra del mayor estruendo, el silencio. La muerte también se contagia.

@JustoNavarroJE
Coordinador de comunicaciones de Vente Los Salias